"Sendas y senderos de la ciencia social andina" por Silvia Rivera Cusicanqui


SENDAS Y SENDEROS DE LA CIENCIA SOCIAL ANDINA*
 Silvia Rivera Cusicanqui**
En 1973, cuando el grupo maoista Sendero Luminoso se escindió del Partido Comunista del Perú-Patria Roja y decidió prepararse por su cuenta para una "guerra popular prolongada", los intelectuales y dirigentes políticos de la izquierda peruana consideraron al hecho como una banalidad. Siete años más tarde, los senderistas realizaron su primera acción armada, saboteando simbólicamente las elecciones presidenciales de mayo de 1980 en una pequeña y aislada comunidad de las serranías de Ayacucho. Desconcierto, incredulidad y aún desprecio fueron las iniciales reacciones de la mayoría de la izquierda frente a este hecho, que encontró a los principales partidos empeñados en la contienda electoral tras laboriosas negociaciones frentistas y más de una década de acciones contestatarias frente a los gobiernos militares reformistas.
En el curso de los años 80, la violencia generada por el fenómeno guerrillero y su represión ha crecido en progresión geométrica, y su cobertura geográfica y demográfica se ha extendido por regiones tan diversas como la sierra tradicional de Ayacucho (epicentro inicial de sus acciones), el mercantilizado valle del Mantaro y las zonas de frontera agrícola de la amazonia peruana. Paradójicamente, algunas de ellas se cuentan entre las más estudiadas y conocidas por la antropología y otras disciplinas afines, que en el Perú gozan de una larga trayectoria y un notable volumen y calidad de textos editados, en comparación con cualquiera de los países andinos.
El problema que tal situación plantea a los estudios andinos, no puede ser más acuciante, puesto que apunta al sentido mismo de nuestro quehacer. Por más lejos que estemos de la antropología aplicada o de las políticas estatales dirigidas a las poblaciones indígenas, no podemos negar que la antropología tiene posibilidades de indagación explicativa y diagnosis de los conflictos y problemas vividos por dichas poblaciones. Aún disciplinas tan aparentemente distanciadas del presente como la etnohistoria y la arqueología andinas, nos plantean cuestiones vigentes para el mundo de hoy.
Hasta la aparición del fenómeno senderista, pocos se habrían atrevido a poner en duda que las ciencias sociales habían acumulado suficiente conocimiento de la realidad andina como para comprender a cabalidad sus fuerzas motrices y tendencias de desarrollo histórico. En 1980, con una tradición nacional de medio siglo de investigación y no menos de 40 años de institucionalidad universitaria, la antropología peruana era sin duda la decana de nuestras disciplinas en el área. La más subdesarrollada de todas, la antropología boliviana, debería esperar hasta la década de 1970 para ver surgir la investigación de terreno en manos de nacionales[1], y hasta la década de 1980 para la creación de su primer programa académico de Antropología a nivel universitario. En esta etapa formativa de la antropología boliviana, el trabajo de nuestros colegas peruanos fue fuente de inspiración y enseñanza. Sin embargo, hoy podemos preguntarnos: ¿Qué malestar oculto incubaba la sociedad peruana en la década del 70, que las ciencias sociales no acertaron a diagnosticar? ¿Qué aspectos de la realidad fueron omitidos o mal comprendidos? ¿Qué podemos aprender de la experiencia peruana, más allá de la orientación académica que nos ha brindado a todos los estudiosos del mundo andino?
El presente trabajo es un intento de responder a estas preguntas, destacando algunos temas relevantes para la comprensión de las relaciones entre el contexto social/político y el quehacer antropológico en el Perú y Bolivia. A través de este enfoque temático y comparativo, espero poder identificar también los vacíos de investigación e interpretación que exhibe el trabajo antropológico en nuestros países, y señalar algunos temas relevantes para una agenda futura.
No pretendo realizar un ensayo bibliográfico sistematico acerca de la producción antropológica de las últimas dos décadas: Tan sólo una selección de problemáticas relevantes para comprender la interacción entre antropología y sociedad en ambos países. Por otra parte, debo advertir que no me ceñiré únicamente a la disciplina antropológica, sino que tomaré en cuenta trabajos provenientes de lahistoriografía y otras disciplinas, en tanto los considere relevantes para la exposición de cada tema. Este enfoque poco ortodoxo me permitirá ubicar a la antropología de nuestros países en el contexto de la presente crisis de violencia rural que afecta al agro andino, e interpelarla como ciencia que, además de ayudarnos a conocer el pasado y el presente de la sociedad andina, nos podría aportar elementos para imaginar un futuro menos catastrófico para nuestras colectividades.

Los logros del hombre andino y la recuperación de lo autonomía aymara
Puede señalarse como uno de los aportes más relevantes de la etnohistoria andina, el haber destacado en forma positiva la originalidad y creatividad de las sociedades que habitaron los Andes en tiempos pre-coloniales. El capital aporte que hiciera John V. Murra al estudiar los sistemas creados por las sociedades andinas para la organización multicíclica de la producción alimentaria, dispersa en varios pisos ecológicos y sujeta a sui-géneris mecanismos de circulación no-mercantil[2], fue la base para el desarrollo de una serie de estudios, destinados a indagar los aspectos tanto agronómicos y tecnológicos de estos sistemas, como sus mecanismos ideológicos y organizativos. El funcionamiento pasado y presente del sistema de "control vertical de múltiples pisos ecológicos" y el estudio de las condiciones de su deterioro o funcionamiento, ocuparon buena parte de estos esfuerzos.[3] En particular, los nuevos trabajos sacaron a la luz algo que ni los burócratas estatales ni los antropólogos desarrollistas de las décadas anteriores habían podido ver: que en muchas regiones de los Andes, y a pesar de siglos de agresión y deterioro impuestos, los pobladores andinos continuaban utilizando - dichos sistemas para enfrentar los riesgos de una agricultura sometida a las limitaciones del medioambiente alto-andino y a los efectos destructores de un mercado profundamente desigual. Implícita o explícitamente, tales hallazgos cuestionaban la visión dominante de que la mercantilización y especialización de la producción campesina serían la única vía de lograr superar el atraso y la miseria rurales[4].
Ahora bien, en el Perú y en Bolivia, las investigaciones realizadas en la década de 1970 sobre el sistema de "control vertical de pisos ecológicos" y otros temas relativos a la organización y a la "racionalidad" interna de las sociedades andinas, han tenido dos modos de crecimiento muy distintos. Sin duda, en el Perú se ha producido un caudal más vasto de trabajos, con una mayor distribución geográfica y una más amplia resonancia académica. En Bolivia, en cambio, el impacto de los hallazgos de la etnohistoria puede situarse a un nivel más societal que académico. Para explicar mejor esta situación, debo hacer una digresión que me permita referirme al contexto en el cual se desarrollaron estas investigaciones.
Tanto en el Perú como en Bolivia, la década del 70 se inició con notables movilizaciones y transformaciones sociales. En el Perú, el régimen militar de Velasco Alvarado acababa de dictar una de las reformas agrarias más radicales, tardías ycontrovertidas del continente y un amplio y polifacético movimiento de izquierda se hallaba en condiciones de controlar prácticamente todas las organizaciones populares y campesinas que habrían de participar en el proceso - ya sea para apoyarlo o combatirlo. A la luz de acaloradas controversias sobre el destino de la "cuestión agraria", la etnohistoria resultó totalmente marginalizada, cuando no directamente acusada de servir a los "enemigos del pueblo"[5]. En el invernadero al que fue condenada, la disciplina experimentó un crecimiento exuberante. Surgieron nuevas investigaciones que buscaban refutar y a establecer los límites del sistema de la verticalidad[6] y floreció toda una corriente de antropólogos y etnohistoriadores dedicados al análisis del riquísimo universo ideológico andino[7].
Lo paradójico del caso, fue que la izquierda peruana hizo gala desde muy temprano, de una gran sensibilidad hacia el mundo andino y de una genuina preocupación por la condición explotada de los indios.[8]
No obstante, en la década de 1970 prevaleció una suerte de divorcio entre la reflexión teórica generada en torno al mundo andino y la práctica que esta misma izquierda ejercía en los espacios populares abiertos a su accionar. Para el caso de Ayacucho, Flores Galindo concibe este divorcio como una contradicción entre el "atraso económico" de la región y el florecimiento de la vida intelectual y académica en la Universidad de San Cristóbal de Huamanga[9]. Podría añadirse que las corrientes marxistas dominantes tendían a subordinar y reducir la problemática étnica al análisis de clase, y encubrían sutiles formas de suplantación del sujeto andino, que se convertía en mero objeto de la reflexión y acción políticas. La dominancia de la ciudad capital y su distancia física de la realidad andina afectaron también a buena parte de la reflexión político-académica, puesto que lo "andino" no pasó de ser un elemento retórico de las tesis, y "caracterizaciones" del país, y fue sometido a interminables discusiones en torno a su "correcta" interpretación marxista.
El contexto boliviano difiere en este sentido muy radicalmente del contexto peruano. En 1971, un sangriento golpe de estado acabó con las esperanzas de la izquierda de realizar una revolución socialista a corto plazo, e inauguró un régimen dictatorial que habría de prolongarse hasta 1978. Desde la clandestinidad, los dirigentes y cuadros de la izquierda tuvieron poca ocasión de discutir algo que parecía poco relevante a sus preocupaciones inmediatas, y de lo cual probablemente aún ni siquiera habían escuchado hablar: los aportes tecnológicos y organizitivos de las sociedades andinas prehispánicas. Como cosa de excepción, el sociólogo marxista boliviano Danilo Paz se ocupó del estado Inka en su tesis de licenciatura, pero tan sólo para continuar la polémica que enfrentó al fundador del PIR (Partido de Izquierda Revolucionario), José Antonio Arze, con el investigador francés Boudin en los años 30, en torno a la naturaleza "socialista" o "comunista" del Imperio[10].

Pese a la represiva situación imperante, hacia mediados de la década, una serie de condiciones históricas de corto y largo plazo, dieron lugar a la emergencia de un movimiento indígena antónomo en el altiplano aymara - que posteriormente se denominaría "katarismo-indianismo" - el cual discurrió en forma casi invisible hasta salir a la luz en 1977[11]. Este movimiento tuvo, desde sus inicios, un componenteurbano, principalmente en La Paz y Oruro, lo que contribuyó a romper su aislamiento y a conectarlo con corrientes renovadoras de pensamiento. En la corriente katarista- indianista confluyeron varias agrupaciones, tanto culturales como políticas y sindicales, urbanas como rurales. En el curso de su desarrollo y consolidación, el movimiento tuvo la capacidad, sin la intervención decisiva de ninguna fuerza externa[12], de formular un programa de reivindicaciones económicas y culturales que se dirigía simultáneamente al campesinado como clase explotada y como mayoría étnica oprimida colonialmente. Es importante destacar que la autonomía ideológica del movimiento se nutrió en buena medida de la obra de Fausto Reynaga, originalísimo ensayista que reivindicó con valentía la personalidad histórica y cultural del indio como forjador de una nueva sociedad futura[13].
Pese a las disensiones internas y a los matices ideológicos que ya se percibían en él, la magnitud del movimiento, particularmente en su vertiente sindical, se puso a prueba con la fundación - en junio de 1979 - de la mayor organización campesina de la historia contemporánea de Bolivia: la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), donde hasta hace 1988, la hegemonía katarista fue indiscutible. Pocos meses después de su nacimiento como organización sindical, los kataristas de la CSUTCB lanzaron una importante movilización nacional contra medidas económicas neo-liberales que afectaban la producción campesina, paralizando el abastecimiento alimentario de las principales ciudades por más de dos semanas, y reviviendo - en su propia percepción, pero también en la de sus oponentes, la majoría q 'ara que los oprime - el cerco de Tupac Katari a la ciudad de La Paz en 1781.
Los canales interpersonales de influjo que pudieron haber tenido las por entonces escasas personas interesadas en temas andinos en Bolivia, llegaron a los dirigentes kataristas bajo la forma de ideas sistematizadoras de su propia experiencia, las más de las veces acogidas críticamente en virtud de una profunda desconfianza frente a las múltiples experiencias de manipulación criollo mestiza[14]. Así por ejemplo, el dirigente Simón Yampara, egresado de sociología, había vivido personalmente de niño la migración itinerante a los valles en la Costa del Pacífico, donde su famiha y su comunidad mantenían lazos con sus parientes y habían tenido tierras en generaciones anteriores. Posteriormente, desde su puesto como Director del Instituto Nacional de Colonización y Ministro de Agricultura durante el gobierno de Siles Suazo (1982-85), intentó influir en un cambio de orientación de las políticas estatales, que nunca habían reconocido la doble tenencia de la tierra para los asentamientos aymaras en otros pisos ecológicos. Otro tanto puede decirse de Mauricio Mamani, antropólogo aymara que ocupó también el Ministerio de Asuntos Campesinos, desde donde intentaría a su vez sensibilizar al Estado con respecto a los usos tradicionales de la hoja de coca[15].
Estos vínculos dan cuenta de un modo elocuente del destino que habría de tener el escaso, pero valioso conocimiento adquirido por la ciencia antropológica en torno a las sociedades andinas, tanto pre-hispánicas como contemporáneas. El acceso a la formación universitaria por parte de aymaras migrantes de primera o segundageneración, y su activo y simultáneo vínculo con la revitalización organizativa y política del movimiento indio sirvieron de contexto privilegiado para facilitar fértiles intercambios y adecuaciones de la agenda de investigación a los intereses de los propios grupos involucrados, y no sólo a los de una comunidad académica - por otra parte demasiado débil como para imponer cualquier canon. En el proceso de conocimiento generado por la investigación académica participaron entonces decisivamente, intelectuales aymaras que tenían presencia tanto en el escenario académico, como en el mundo político y sindical. Como se dijo anteriormente, ellos se nutrían no sólo de su experiencia vivida, sino también de una tradición intelectual propia y autónoma, que se redescubriría y desarrollaría notablemente[16]. De este modo, no sólo el tema de la verticalidad, sino muchos otros temas conexos, como ser el de las autoridades étnicas, los calendarios rituales y el sistema simbólico tuvieron canales directos e inmediatos de circulación ideológica, rompiendo las barreras entre el conocimiento laico y el conocimiento académico. Aunque las contribuciones de la etnohistoria andina hayan llegado hasta los aymaras del campo empobrecidas por un proceso inevitable de traducción, no cabe duda que cayeron en terreno fértil y que fueron incorporadas a la utopía social aymara, que se nutre de su propio pasado para proyectarlo al futuro, pero que utiliza selectiva y críticamente los conceptos y los hallazgos de la antropología como mecanismos de comunicación intercultural y de legitimación.

Rebeliones andinas : ¿parte de la "cuestión nacional", o sustento de un proyecto muitiétnico?
El análisis anterior se aplica a otros temas relevantes para la comprensión de las sociedades andinas, como ser las rebeliones, movilizaciones y movimientos de resistencia de los indígenas qhichwas y aymaras contra la opresión colonial o republicana. Al igual que en el tema de los "logros andinos", en el que la etnohistoria ha realizado sus principales aportes, el tema de las rebeliones exhibe una profusión mucho mayor de trabajos realizados y publicados en el Perú que en Bolivia, tanto por antropólogos como por historiadores. Los ciclos tempranos de resistencia han sido analizados tan sólo por investigadores peruanos[17]. El gran ciclo rebelde de 1780-82 conoce una profusión impresionante de estudios, aunque en Bolivia la tradición de investigadores nacionales es bastante exigua[18].
No obstante, si en alguno de los dos países las rebeliones de Tupak Amaru, Tupak Katari y los hermanos Nicolás y Dámaso Katari, tienen significado presente para el campesinado indígena, es en Bolivia donde su significado histórico ha logrado ser reactualizado como fuerza ideológica moldeadora de la identidad de los nuevos protagonistas sociales aymara-qhichwas. La tradición oral, conjuntamente con la difusión masiva de la investigación histórica[19], además del trabajo de crítica y reflexión ideológica de pensadores indianistas como los Reynaga han contribuido a crear una imagen perdurable del movimiento de 1 780-82, tanto como a renovar sus significados para la lucha presente.
Una implicación importante de este fenómeno, es que las emergentes organizaciones culturales y sindicales del campesinado aymara incorporaron el sentido histórico de las luchas anticoloniales de los Katari a su plataforma de demandas hacia la sociedad, de tal suerte que la ideología oficial del Estado, el "nacionalismo revolucionario" fue sometida a una aguda crítica práctica[20]. Ninguna de estas condiciones se ha dado en el Perú, aunque esto no significa que la situación de los indígenas en ese país esté menos sometida a mecanismos de opresión y dominación coloniales. Por un lado, la organización del campesinado peruano no tuvo ni las características autónomas del movimiento aymara, ni logró incoporar dimensiones étnicas y anticoloniales a su lucha, en gran medida debido a la fuerte presencia de un liderazgo externo vinculado a los partidos marxistas y dominado por cuadros de clase media urbana. La crítica a la ideología nacionalista, por otra parte, resultaba poco menos que imposible, ya que estos mismos partidos e ideólogos de la izquierda son, hasta hoy, los encargados de reproducirla.
La legitimidad y el carácter dominante que asume para la intelectualidad peruana, el llamado "problema nacional" es una prueba de ello, y contrasta agudamente con la escasa importancia de esta problemática en la discusión intelectual- política boliviana. Visto desde el debate clásico, ciertamente Bolivia es mucho menos "nación" que el Perú, aunque - o quizás debido a que - las dimensiones sociales de su revolución nacional han sido siempre más profundas, y de efectos más perdurables.
Ningún ejemplo resulta más explícito en materia de diferencias de énfasis en la investigación, que el estudio de las rebeliones en los siglos XIX y XX. En el Perú, desde hace varios años se viene desarrollando un debate centrado sobre los movimientos indígenas que se dieron en la sierra peruana, al calor de la guerra del Pacífico. El debate, que enfrenta - entre otros - a los historiadores Nelson Manrique y Florencia Mallon con Heráclio Bonilla, se resume en el argumento, esgrimido por los primeros, de que la ideología de los campesinos participantes de la guerra con Chile asumió formas "proto-nacionales" a raíz de la invasión chilena y de la organización de guerrillas indígenas por el Gral. Cáceres. Así, el interés central de Manrique consiste en "explicar la conducta nacionalista de los indios, que aparece en abierta contradicción con la premisa, aceptada, de la inexistencia de la nación peruana" (1981: 381). Bonilla por su parte, sostiene que los campesinos indígenas no son capaces de formular ninguna ideología globalizadora, y que sólo pueden percibir contradicciones a un nivel parroquial y aldeano[21].
La inadecuación de este debate para las condiciones y realidades bolivianas, proviene de un doble hecho: primero, que los estudios realizados por la antropología y otras ciencias sociales en torno a las rebeliones andinas de los siglos XIX y XX, alimentan ya en buena medida una corriente crítica al nacionalismo, cuya historiografía oficial había eliminado del escenario a las rebeliones andinas autónomas anteriores a la formación de los primeros sindicatos en la década de 1930[22]. Por otra parte, los argumentos nacionalistas - que desde la década de 1950 utilizaban los argumentos de Lenin contra los narodnik para descalificar las luchas indígenas - resultaban conocidos, anacrónicos y emparentados con las posturas más reaccionarias[23].
Entretanto, el movimiento katarista-indianista, planteaba la lucha por un estado multinacional y plurilingüe como base de su plataforma, permitiendo así superar los esquemas occidentales habituales de formulación de la llamada "cuestión nacional". El planteamiento aymara del estado multinacional abordaba, por una parte, un problema de democracia y derechos humanos y en ese sentido interpelaba a los aspectos liberales de la institucionalidad del país. Por otra parte, tenía - sin proponérselo - un tono postmodernista incompatible con las formulaciones nacionalistas y stalinistas. Y finalmente, abordaba explícitamente el problema de la descolonización, que a mi juicio constituye el elemento crucial que diferencia el caso boliviano del peruano. Las implicaciones de estos hechos para la investigación no pueden pasar desapercibidas.
Es así que en Bolivia, aunque los estudios sobre las rebeliones indígenas en el siglo XIX y XX son bastante más escasos, su efecto societal y su vínculo con la dinámica ideológica del propio movimiento indígena resultan muy evidentes. En estos trabajos es considerable el aporte realizado por los propios investigadores aymaras[24] cuyas inquietudes metodológicas y conceptuales muestran el fértil intercambio entre una sólida formación académica y una identidad étnica asentada en la recuperación de una visión autónoma del pasado indígena.

Indios en las ciudades
La visibilidad del fenómeno indígena en la ciudad de Lima ha sido muy escasa para la antropología. Con la notable excepción de una tesis de Altamirano (1984), las historias orales recogidas por Matos Mar (1986) y de un reciente trabajo de Gölte (1987) titulado sugerentemente Los caballos de Troya de los migrantes, la tradición investigativa en el Perú, tan fuerte en otros temas antropológicos y etnohistóricos, resulta relativamente menos rica a la hora de considerar la identidad étnica de los migrantes y los conflictos culturales que viven en su adaptación a la urbe. En contraste con las otras áreas temáticas, este es quizás el único terreno donde la antropología boliviana le lleva alguna ventaja[25].
Subyacen aquí dos fenómenos que muestran la interacción entre antropología y sociedad: Por un lado, en consonancia con la matriz de pensamiento dominante, este fenómeno, en el Perú, muestra la prevalencia de supuestos integracionistas que habría que someter a mayor escrutinio. La identidad dominante que se atribuye al campesino-indígena trasladado a la ciudad es la de "migrante" o "poblador" de las barriadas. Por lo tanto, lo que más atención ha convocado ha sido el desarrollo de esta "nueva" identidad, a través de estudios sobre la formación de movimientos barriales, movilizaciones para alterar la distribución del suelo urbano y la organización de los pobladores (cf. Matos Mar, 1984). No obstante, se sabe también que estos migrantes forman asociaciones de "residentes" - en Lima tanto como en La Paz y otras ciudades andinas - por las que puede entreverse que la identidad anterior no había sido totalmente abandonada[26]. A pesar de ello, esta línea de investigación ha quedado prácticamente abandonada, lo que a mi juicio implica una convicción subyacente acerca de la inevitable "mezcla" de los migrantes en el melting pot о crisol de una única cultura "criolla" dominante (cf. Matos Mar, 1988, Degregori y Blondet, 1987). Este enfoque queda bien representado por la propuesta de los antropólogos Carlos Ivan Degregori y Cecilia Blondet, sobre el tránsito de "invasores" de las barriadas de Lima a "ciudadanos", (es decir, integrados a la polis nacional), como el proceso fundamental que configuraría la identidad de los migrantes rurales a la ciudad.
En contraste con el caso boliviano, el predominio de las versiones integradoras frente a las que reafirman la existencia de identidades étnicas diferenciadas en la ciudad se debe, a primera vista, a la muy distinta configuración urbana en ambos países. La fuerte presencia de una cultura afro-americana y de una migración asiática en la costa peruana, conjuntamente con la tradición colonial tan agudamente retratada, por Salazar Bondy en un memorable ensayo, han generado una situación de efectiva supresión étnica, consistente en un alto grado de pérdida del idioma materno, internalización de una imagen desvalorizada de la cultura de origen, y una disponibilidad a la "ciudadanía", entendida como aproximación al modelo cultural occidental dominante. Sin embargo, siendo la mayoría de investigadores miembros de esta misma cultura dominante, este efecto de supresión puede estar condicionado también por la relación asimétrica entre ambos sujetos. Lo cierto es que la identidad étnica de los migrantes en Lima parece estar relegada a los estratos mas profundos y reprimidos de su consciência, y esto se expresa tanto en las formas organizativas y programas reivindicativos que los migrantes generan, como en la relación que desarrollan con los investigadores y otros agentes externos. Tengo la convicción de que estos fenómenos de supresión y represión étnica son, sin embargo, parte sustantiva de un problema de colonialsmo interno en la relación entre la cultura dominante y los pueblos y culturas nativas dominados, que es tarea de la antropología desentrañar y explicar.
En el caso de La Paz podemos afirmar todo lo contrario. Ciudad constituida desde su misma fundación por dos ciudades - una india y otra española - su historia exhibe una permanente contradicción entre el modelo ciudadano importado, y el modelo comunario andino que organiza tanto las prácticas como las percepciones colectivas de sus habitantes. Hasta hoy, el aymara es el idioma de la mitad de su población y puede observarse, antes que un deterioro, una revitalización creciente de las manifestaciones culturales andinas en la vida de la ciudad. Lógicamente, todo esto tuvo que generar una mayor cantidad de estudios destinados a abordar esta realidad, en los que los sujetos investigados - seguramente por estar sometidos a menores conflictos - no parecen haber necesitado mimetizarse ni oscurecer su identidad étnica[27]. El orgullo del indio urbano en La Paz tiene escasos parangones en América Latina; la sutil contrahegemonía cultural que esto implica tiene por fuerza que afectar todas las esferas del comportamiento colectivo, incluido el pensamiento antropológico y social. Sin embargo, habría que ver hasta qué punto este fenómeno es común a las ciudades de la sierra peruana, lo que podría ayudarnos a explicar las distintas relaciones que en cada región se establecen entre la intelectualidad local y la población objeto de su estudio[28]. Asimismo, habría que constatar en qué medida los enfoques prevalecientes en la investigación peruana - obsesionados, como están en muchos casos, por la construcción de lo "nacional" - están creando obstáculos efectivos al reconocimiento de los elementos complejos, a veces ocultos y subterráneos, que hacen a la identidad étnica de una población y de los no menos ocultos y explosivos conflictos coloniales que estos elementos ponen de manifiesto. Resulta significativo que la mayoría de expositores peruanos y alguno boliviano en el Coloquio de México (junio 1990), hubiesen utilizado, para referirse a la presencia india en las ciudades, sólo términos como invasión, desborde, Caballo de Troya, avalancha y otros similares, lo que mostraría fuertes síntomas de paranoia instalada en el corazón mismo del discurso científico.

A manera de epílogo
Hemos visto cómo, tanto en Bolivia como en el Perú, el trabajo de la antropología y otras disciplinas afines en las últimas dos décadas se ha visto enriquecido y cuestionado por la realidad histórica y social en la que se desenvuelve. Para poner en evidencia los problemas que actualmente confrontan los antropólogos de la región, iniciamos esta ponencia con una referencia inevitable al fenómeno senderista. Ahora quizás estamos en condiciones de apuntar algunos efectos de esta situación sobre la reflexión antropológica en nuestros países. En el caso del Perú, aparte del hecho evidente de que amplios espacios del agro se encuentran bajo control militar[29], por lo tanto fuera de toda posibilidad de acceso tanto de los medios de información como de los investigadores, existe un impacto más bien positivo - si se me permite calificarlo así, en medio del dramatismo de las circunstancias - del fenómeno senderista sobre las ciencias sociales[30].
En la década de 1980, ha florecido un debate - principalmente a cargo de los historiadores Alberto Flores Galindo y Manuel Burga - en torno a la existencia de una utopía andina , basada en un complejo proceso de interacción entre la memoria de un pasado pre-hispánico autónomo y las condiciones y realidades de la sociedad colonial[31]. Esta corriente en los estudios andinos otorga un énfasis hasta ahora inédito al problema de la formación de identidades colectivas, y explora el papel que en este proceso tiene la memoria histórica y el remoto pasado andino. De esta manera, el conocimiento de las realidades andinas halla un cauce significativo para conectar el pasado con el presente, la sierra con la costa, el campo con la ciudad, redescubriendo en cada caso la importancia política de la cultura y de la vida cotidiana, la relación entre el conocimiento académico y el conocimiento laico creado por las propias poblaciones "objeto" de estudio antropológico e historiográfico[32]. La imagen de un Perú rural cruzado por contradicciones regionales y de clase, comienza entonces a ceder paso a otra imagen donde cobran relieve las contradicciones étnicas y los sistemas coloniales de dominación - cuyas expresiones son a veces menos visibles pero al mismo tiempo más ubicuas y cotidianas.
Estas transformaciones de énfasis y de enfoque pueden verse por ejemplo en la reinterpretación que hace Manrique (1988), de su propio trabajo anterior sobre las rebeliones indígenas durante la guerra del Pacífico (1981). En su primer libro, la palabra "indígena" no parecía sino un sustituto y un adjetivo para designar la identidad campesina de los guerrilleros de la Sierra Central, y su mayor preocupación era entender como estos campesinos - aislados, atrasados - podían elaborar una ideología "nacional". En este nuevo estudio, en cambio, el propio autor se encarga de mostrarnos el cambio de perspectiva:
". . . la cuestión nacional, que era central en el estudio anterior, pasa a un lugar subordinado frente a dos niveles de problema- tización que ocupan un lugar privilegiado en el presente estudio: los de las oposiciones étnicas y clasistas al interior de las sociedades terratenientes serranas de fines de sigio XIX"[33].
El resultado es que un análisis más sutil, diferenciado y complejo de las relaciones etnia-clase, sustituye a lo que en efecto, constituía una versión reduccionista de lo indígena, no sólo en su anterior libro, sino en buena parte de la ciencia social peruana en la década anterior. Asimismo Manrique introduce por primera vez en su reflexión el tema de la violencia colonial, como elemento estructural definitorio que habría moldeado la relación indios-mistis a lo largo de la historia, desde 1532 hasta el presente. Este análisis es llevado aún más alia en su trabajo más reciente (1989), acerca de los fenómenos que caracterizan el enfrentamiento guerrillero contemporáneo en Ayacucho y otras regiones.
El análisis de Alberto Flores Galindo sobre Sendero Luminoso, por su parte, emparenta la situación presente con una serie de movilizaciones indígenas de las últimas décadas que, aunque planteadas en términos de confrontación de clases, escondían una dimensión étnica no resuelta, que habría de resurgir más adelante a través de la confrontación armada (cf. 1987: 304 y ss.). Describe a los senderistas como
". . .jóvenes de procedencia andina, occidentalizados por la enseñanza y las migraciones; contingentes de nuevos mestizos que se insertan en una historia más antigua, remontable hasta los tiempos de la colonia, y que desde entonces, como lo ha sugerido Pablo Macera, hablando de Garcilazo, ha ido sedimentando frustraciones" (1987:325)
Buena parte de ellos son pues, los invisibles indios de las ciudades, a los que la opresión, cultural occidental les impone una brutal supresión de su propia identidad y los convierte en seres llenos de rabia y frustración, conscientes de que es necesario destruir el sistema que los oprime, pero no muy claros en cuanto a la imagen de país que desean para el futuro. El hecho de que la intelectualidad peruana no hubiese podido detectar la presencia de estas contradicciones encarnadas por Sendero, lleva a Flores Galindo a atacar directamente a la corriente de pensamiento mayoritaria, que mientras se desarrollaba el fenómeno senderista ". . . trazaban la imagen de un país más moderno, donde la urbanización era irreversible y ... se constataba la desaparición de lo andino" (p. 325). Se señala entonces que la incapacidad de descubrir el significado que continúa teniendo el pasado andino para el presente del Perú es también corresponsable de la monumental encrucijada histórica que hoy en día somete a ese país un futuro oscurecido por la incertidumbre.
Quizás las tendencias anteriores de la reflexión no hubieran prosperado en el Perú, de no mediar la aparición catastrófica del fenómeno senderista, que es también un cuestionamiento a las formas occidentales dominantes de ejercicio político, hasta hoy no criticadas por la mayor parte de la izquierda. En el caso boliviano, tal cuestionamiento tiene ya una larga trayectoria, pero también la crisis de los 80 ha tenido manifestaciones dramáticas. Por un lado, la labor del estado y de los partidos de izquierda, tanto como los propios resabios nacionalistas del movimiento indígena, han confluido en provocar un profundo reflujo en el movimiento katarista-indianista, tanto en el plano político como en el plano sindical. La otrora orgullosa autonomía ideológica de la CSUTCB ha cedido paso al control partidario de la entidad sindical del campesinado indígena, que, aunque nutrida de un nuevo discurso culturalista e indianista, no esconde su profunda subordinación a la política cupular y elitista de los sectores q ' aras dominantes. Esto se debe, en parte, a que la crisis del marxismo como paradigma dominante de las ciencias sociales, ha permitido revalorizar los temas y reivindicaciones planteados por el movimiento indígena en los años 70, pero convertidos en ingrediente de la retórica parlamentaria y electoral en manos de sectores no indígenas. Nos encontramos entonces en una situación de deterioro que no constituye el mejor de los ambientes para que prospere un trabajo de investigación moralmente comprometido e intelectualmente sólido. Sin embargo, creo que lo ya avanzado permite proponer algunas temáticas para una agenda de investigación que responda al desafío planteado, y que creo son tan válidas para el Perú como para Bolivia. En primer lugar, el tema del colonialismo interno, sobre el cual hacen falta trabajos monográficos, tanto como reflexiones teóricas y ensayos interpretativos que continúen con la fértil brecha abierta por la tradición intelectual indígena en Bolivia. Un otro tema que salta a la vista, y que ha sido ignorado por larguísimas décadas, es el de los fenómenos asociados al mestizaje y a la transformación de identidades en nuevos contextos mercantiles y urbanos. Aquí, es evidente que se requiere superar la idea de una "integración" y un "sincretismo" como proceso gradual y excento de conflictos, para mostrar la dialéctica colonial que el Estado y la cultura dominantes plantean como marco para la formación de identidades, tanto para los sectores mestizos como para los pueblos y culturas dominadas[34]. Finalmente, la necesidad de más y mejores estudios en todos los temas ya señalados no debe ser incompatible con un esfuerzo de difusión mejor orientado a las necesidades de las propias poblaciones estudiadas y a la formación de académicos e intelectuales que puedan sistematizar el pensamiento y la propuesta de sociedad que su lucha encarna.
La reciente experiencia boliviana puede servirnos de alerta frente a potenciales peligros de una "revitalización" superficial, no acompañada por una profundización del conocimiento ni por un compromiso moral sólido y a largo plazo. Si en la década de 1970 la reflexión antropológica acompañó en alguna medida a la formación de identidades y a la movilización autónoma de los indios, en la década de 1980 se ha producido una explosión de "discursos" pro-indígenas, acompañados de una práctica más bien convencional de reforzamiento de la institucionalidad occidental dominante. La doble moral que ha caracterizado históricamente a la opresión colonial sobre la mayoría indígena, halla una renovada versión en este singular comercio verbal: Hoy en día, no sólo la izquierda, sino los populismos y la derecha boliviana, afirman en voz alta su vocación por defender a los indios, y no vacilan en utilizar wiphalas y muchos otros símbolos andinos como ingredientes de su retórica electoral y política. No obstante, en el terreno de las reformas institucionales que demandan las organizaciones indígenas - autonomía, educación bilingüe e intercultural, como programa mínimo, y un estado plurinacional y pluriétnico como objetivo a largo plazo - se ha avanzado poco o nada. Podemos entonces afirmar que las ciencias sociales bolivianas se enfrentan hoy a una delicada opción: la de servir de instrumento legitimador de nuevas formas de dominación y de cooptación de las demandas indígenas en los nuevos proyectos políticos liberales y autoritarios de dominación; o la de caminar por la senda abierta por las reivindicaciones indígenas, contribuyendo con elementos de análisis y sistematización, pero sin intentar suplantar a los propios indios como protagonistas organizativos y políticos de dichas reivindicaciones. Si bien en la década de 1980 los avances han sido escasos, y en muchos sentidos se ha vivido un verdadero reflujo, podemos concluir que la posibilidad continúa abierta, y no se ha cerrado aún al lenguaje de las ideas y las palabras.
* SENDAS Y SENDEROS DE LA CIENCIA SOCIAL ANDINA Author(s): Silvia Rivera Cusicanqui Source: Dispositio, Vol. 24, No. 51, Crítica Cultural en Latinoamérica: Paradigmas globales yenunicaciones locales (1999), pp. 149-169.
Este trabajo, escrito en 1990, fue presentado al Coloquio "Balance y perspectivas de la antropología en América Latina y El Caribe", realizado en ciudad de México entre el 18 y el 21 de junio del mismo año. No ha sido posible, por razones de tiempo, realizar una actualización cuidadosa del texto con la nueva y abundante bibliografía antropológica y "senderológica" aparecida desde entonces. Considero, sin embargo, que gran parte del argumento mantiene su validez, en la medida en que intenta explicar, comparativamente, un proceso de más de dos décadas de encuentros/desencuentros entre las ciencias sociales y las sociedades rurales e indígenas de nuestros países.
** Silvia Rivera C. es catedrática en la Carrera de Sociología de la UMSA y miembro del Taller de Historia Oral Andina


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[1]En la década de 1950, una producción de carácter más ideológico que científico, acompañó a la revolución nacional de 1952 y brindó la justificación teórica a sus reformas y el sustento a su idea de "nación". Con respecto a la realidad andina, ver por ejemplo José Fellman Velarde 1961, Diez de Medina [1950] 1974; Ponce Sanjinés 1 957 y AntezanaErgueta 1966. En el campo de la investigación antropológica y arqueológica, se creó una institucionalidad destinada a garantizar el monopolio estatal sobre la investigación (cf. Rivera,1980). En la década de 1960 y principios de 1970, convenios estatales con la Universidad de Wisconsin y el ResearchInstitutefortheStudy of Man, dieron lugar a nuevos estudios antropológicos y epidemiológicos en las áreas andinas tradicionales, a cargo de investigadores en su mayoría norteamericanos (cf. Clark 1971; Barnes 1970a, 1970b; Mc. E wen 1975). En esta escuela, se formó una nueva generación de antropólogos bolivianos, cuyo trabajo se orientó inicialmente al tema de los efectos de la reforma agraria en la modernización rural (cf. Romero 1970; Camacho 1970; Mamani 1971). Mamani y Romero han continuado hasta el presente investigando y actuando sobre la realidad andina e indígena de Bolivia, aunque más allá de sus planteamientos desarrollistas y campesinistas iniciales
[2]Puede consultarse Murra, 1975 y 1984, para una visión sintética de sus principales planteamientos
[3]Entre otros, los trabajos de César Fonseca (1981), Jorge Flores Ochoa (1972, 1977), Henry Pease (1982) y JürgenGölte (1986) en el Perú - y los de TristanPlatt (1978, 1982), Olivia Harris ( 1 978, 1 982), Xavier Albó ( 1 972) y Rossana Barragán ( 1 982) en Bolivia, abordan diversos aspectos de esta problemática, haciendo énfasis en la racionalidad interna de estos sistemas, el papel de las autoridades étnicas y los cambios históricos debidos a la influencia de la sociedad colonial y republicana. El tema de las autoridades étnicas coloniales tiene desarrollos específicos, entre los que podemos citar Spalding (1977), Rivera (1978) y Choque (1980)
[4]En Bolivia, esta visión era compartida por la burocracia estatal y por la ciencia social a ella subordinada. A través de la reforma agraria de 1953 el estado boliviano se empeñó en convertir al campesinado aymara y qhichwa de la región andina, en un "farmer" subordinado al mercado y despojado de lazos de identidad étnica y comunitaria. Lo único que se logró con ello fue erosionar las bases mismas de la agricultura y la organización social andinas. Para comparar esta situación con la revalorización de lo andino que se experimentó en Bolivia en los 70-80, puede verse la compilación preparada por Olivia Harris, BrookeLarson y Enrique Tandeter en torno a la participación indígena en los mercados (1987). En el Perú, como bien lo ha notado Flores Galindo, la corriente liberal de las ciencias sociales, que consideraba al campesinado andino como un anacronismo condenado irreversiblemente a la desaparición, había anidado sobre todo en el seno de la izquierda. Bajo el concepto leninista de la "descampesinización", estos sociólogos o economistas - y no pocos historiadores y antropólogos, yo añadiría - acariciaban una imagen occidental y "moderna" de su país, que poco después se haría añicos con el estallido de la violencia senderista (cf. Flores G., 1987: 325).
[5]En enero de 1978, en el Segundo Congreso del Hombre y la Cultura Andina (Lima), fui testigo de las penurias sufridas por John V. Murra al ser acosado por estudiantes de antropología de San Marcos por sus tesis "morganianas" e "imperialistas
[6]Véase, por ejemplo, Rostworowsky( 1 977, 1 978) y Mayer ( 1 977). El propio Murra se sintió obligado a plantear que el concepto de "verticalidad" andina no se aplicaba a todos los casos y tenía sus límites y limitaciones" (cf. Murra, 1978). Esta explicación no habría sido necesaria, quizás, de no haber contado las tesis murrianas con una adhesión tan entusiasta.
[7]Entre otros, ver Tom Zuidema (1964) y la compilación realizada por Juan Ossio (1973).
[8]Siguiendo una larga y notable tradición que, aunque más asentada en el Cusco y en otras ciudades serranas, tuvo gran influencia en los círculos de la intelectualidad limeña. Nos referimos a las obras de Valcárcel (1927), Castro Pozo (1924), y particularmente Mariátegui (1973). El novelista y antropólogo José María Arguedas es casi una categoría aparte (cf., por ejemplo, 1968, 1970, 1975). Aunque la mayoría de los intelectuales marxistas en el Perú se han mostrado afínes a respetar y comprender la continuidad histórica andina y han aportado considerablemente a su estudio (destacamos como ejemplo el trabajo los antropólogos Degregori y Montoya y los historiadores Flores Galindo, Manrique y Burga)subyace, sin embargo, un problema de comunicación intercultural, que bloquea la circulación de conocimientos y el diseño de metas y agendas compartidas.
[9]Flores Galindo (1987: 320) enumera a los notables antropólogos e historiadores que pasaron por sus aulas. Fue en esta universidad, precisamente, donde Abimael Guzmán, el mítico "Presidente Gonzalo" de Sendero Luminoso, dio sus primeros pasos como dirigente político. No obstante, existió - y aún existe - una clara oposición entre quienes consideraban a lo andino como mero adjetivo de la identidad clasista campesina, y aquellos que le atribuyeron autonomía en tanto sujeto histórico. En la década de 1970, esta última corriente era marginal, aunque posteriormente haya sido revalorizada. Así, en los círculos de la izquierda limeña, el trabajo del antropólogo australiano John Earls sobre el conocimiento predictivo inca y la mitología qhichwa contemporánea, que hoy resulta muy sugerente para la comprensión de los fenómenos políticos y culturales andinos, era considerado esoterismo puro (cf. por ejemplo, Earls, 1973 y 1976)
[10]Paz, 1978, Arze [1941] 1952; Baudin 1928. En 1978, este debate ya resultaba anacrónico, aún para el reducido mundo académico boliviano. Fue precisamente Ramiro Condarco, un historiador boliviano interesado en la arqueología y la prehistoria, quien realizó investigaciones en los años 60, conducentes a conclusiones anólogas a las de Murra en torno a la "verticalidad" (Condarco, 1970, 1978).
[11] Para una descripción completa de los orígenes y desarrollo del movimiento katarista- indianista, y particularmente de su ideología, ver Lebot (1982), Rivera (1984), Cárdenas (1984), Hurtado (1986) y Albó (1987). Además, puede consultarse a Lavaud (1982), para tener una idea de los prejuicios por entonces prevalecientes frente a este movimiento
[12]Existe controversia en torno a este punto. Hurtado ( 1 986) quizás apabullado por el posterior reflujo del katarismo, lo llega a considerar como hechura ideológica de los religiosos católicos y protestantes que por entonces mantenían las pocas instituciones de investigación y promoción social capaces de sobrevivir en dictadura. No cabe duda que la labor de estos religiosos ayudó al crecimiento y consolidación del movimiento, y que algo de influencia ideológica debieron haber tenido sobre él. El sacerdote católico X. Albó, por entonces una de las pocas personas en Bolivia que podía preciarse de conocer los trabajos de Murra, acababa de terminar su tesis de linguística en la Universidad de Cornell. Si influencia tuvo, ésta debió haber discurrido por los caminos de reafirmar algo que los andinos ya conocían: su capacidad y creatividad para sobrevivir y alimentarse - a ellos y a todo el país - en condiciones inestables y difícile
[13]Por ejemplo, Reynaga (1970), entre su abundante bibliografía.
[14]14 La correspondencia entre sistematización externa y pensamiento propio, puede verse comparando mi propia investigación, con la Tesis Política de la CSUTCB (ambas en Rivera, 1984). No está demás señalar que mi relación con el katarismo-indianismo estuvo ricamente matizada por debates, conflictos, rupturas y aproximaciones siempre enmarcadas en una distancia cultural, relativa, pero mutuamente reconocida
[15]Cf. Carter y Mamani, 1978 y Mamani, 1987. La "diplomacia de la coca" tan rimbombantemente asumida hoy por las esferas oficiales, intenta desconocer estos pioneros esfuerzos reivindicativos.

[16]16 Aquí no sólo debe mencionarse a los escritos de Reynaga, sino a toda la tradición escrita - y conservada en los archivos - de dirigentes de las luchas reivindicativas indígenas - como Eduardo L. Nina Qhispi - qe fue "desempolvada" en las décadas de 1970-80 por autores aymaras como Roberto Choque, Tomás Huanca, Esteban Ticona, Ramón Conde, Carlos Mamani y otros (ver, por ejemplo, THOA 1984, 1986; Mamani 1991, Choque et al. 1992).
[17] Ver por ejemplo Millones, 1964.
[18] Entre la producción reciente, ver Jürgen Gölte (1980), Jan Szeminski (1984), Scarlett O'Phelan (1985), Alberto Flores Galindo (1976, 1987) y la compilación de Steve Stern (1990).
[19] En los años 70, la institución jesuita CIPCA emitió una exitosa radionovela llamada "Tupak Katari", en la cual se combinó la investigación bibliográfica con el talento de guionistas y libretistas aymaras que recrearon ficcionalmente la historia de la rebelión de 1781 en el Altiplano, añadiéndole una buena dosis de ideología contestataria. En 1987-88, el Taller de Historia Oral Andina realizó una experiencia similar al difundir en forma radio-novelada, el resultado de sus investigaciones (la mayoría aún inéditas) en archivos e historia oral, en torno a las movilizaciones aymaras liderizadas por el cacique-apoderado Santos Marka Tula (THOA, 1984, 1987, s/f). El historiador aymara Roberto Choque, autor de un importante libro sobre la rebelión de 192 1 en Jesús de Machaca, ha colaborado también con los libretistas de la radionovela del mismo nombre, que se emitió en 1989 (Choque, 1986). Una segunda novela histórica que comenzó a emitir CIPCA en la década de 1980, fue censurada y suspendida, porque comenzó a hacerse visible la brecha de interpretación entre la política institucional y la visión "de abajo" de los libretistas aymaras encargados de "traducir" el guión elaborado en el gabinete académico.
[20] En la década del 70, tanto la ideología como la forma estatal que surgieron de la revolución nacionalista del 52, entraron en una profunda e irreversible crisis, y este fue en buena medida resultado de la emergencia katarista-indianista. Sobre el nacionalismo revolucionario como ideología hegemónica, ver Antezana, 1983.
[21] El debate ha sido resumido por Stern (1987), en una compilación que refleja más o menos bien el "estado de la cuestión" en Perú y Bolivia. Ver también los trabajos de Bonilla y Mallon, en la misma compilación
[22] Lo que equivale a decir, la historia de mas de un siglo de resistencia contra las reformas liberales del Estado. Las nuevas corrientes historiográficas - comenzando por el pionero estudio de Condarco (1965) - replantearon esta situación y descubrieron la existencia de movilizaciones regionales (Platt, 1982) y de escala pan-andina (THOA, 1984; 1986a; 1987 y THOA s/f, Choque, 1984, Mamani 1991) entre las décadas de 1890 y 1930, con lo cual toda la visión que se tenía sobre las rebeliones andinas ha cambiado completamente
[23] Al respecto, ver por ejemplo las diatribas de Luis Antezana Ergueta contra el katarismo en sus frecuentes editoriales en Presencia entre los años 1984-85. En uno de ellos, aludía al katarismo como instrumento de "propaganda y agitación populista en el campo . . . que sueñan con utopías al pasado como el retorno a las comunidades originarias o con utopías al futuro como el socialismo" (Presencia 4-IX-84).
[24] Los trabajos ya citados del THOA, y de los sociólogos e historiadores aymaras Tomás Huanca (s/f), Roberto Choque (1984, 1986, 1992), Esteban Ticona, Ramón Conde (ambos en Choque et al. 1992) y Carlos Mamani (1986 y 1991) han tenido considerable influencia en la nueva visión de las rebeliones.
[25] Ver al respecto Altamirano 1984, Matos Mar 1984 y 1986 y Gölte 1987. En cuanto a los estudios realizados en Bolivia, tenemos la monumental obra en 4 tomos de Albó, Greaves y Sandoval (1981-1987). Ver además Sandóval y Albó (1978), Calderón (1984) sobre la situación contemporánea, y Saignes (1985) y Barragán (1990) sobre la historia de la presencia india en la ciudad de La Paz. Asimismo, los principales textos dedicados a la emergencia del movimiento aymara en Bolivia y a la historia de las movilizaciones aymaras de principios de este siglo (Rivera, 1984, Hurtado 1986, THOA 1984, Mamani 1991) discuten con algún detenimiento su componente urbano
[26] Mangin, 1970.
[27] Sobre aspectos específicamente culturales, puede consultarse: Albo y Preiswerk (1986), Choque y Fernández (en preparación). La ideología de un yatiri rural, fuertemente vinculado a la ciudad en su actividad ritual, ha sido exhaustivamente analizada por el antropólogo Tomás Huanca en una obra reciente (1989).
[28] Sobre aspectos específicamente culturales, puede consultarse: Albo y Preiswerk (1986), Choque y Fernández (en preparación). La ideología de un yatiri rural, fuertemente vinculado a la ciudad en su actividad ritual, ha sido exhaustivamente analizada por el antropólogo Tomás Huanca en una obra reciente (1989).              
[29] Flores Galindo (1987) menciona que Sendero Luminoso está presente en 10 de 24 departamentos, con 26 provincias bajo total control militar (pp. 332-355).
[30] Los estudios más lúcidos sobre el fenómeno guerrillero se los debemos a Alberto Flores Galindo (1987) y Nelson Manrique (1989). Uno de los primeros intelectuales que puso en discusión las connotaciones étnicas del fenómeno senderista, fue Rodrigo Montoya (1983). Tanto Flores Galindo como Manrique representan una radical renovación de los términos en que hasta ahora ha sido concebida la cuestión étnica y colonial en el Peru, en tanto que otros intelectuales continúan seducidos por la "cuestión nacional" (cf., por ejemplo, Matos Mar, 1988).
[31] Ver Burga, 1989 y Flores G. 1987
[32] Sólo Arguedas, en su novela postuma El zorro de arriba, el zorro de abajo (1976), intentó profundidad un programa de trabajo tan ambicioso, que eligió realizar en el camino de creación literaria antes que en el de la investigación antropológica y que, en cierta medida, le costó la vida. Les temas planteados por Arguedas cobran un inédito sentido en el momento actual, como lo ha recalcado Flores Galindo (1987).
[33] 1988 : 1 9. Manrique atribuye este cambio de perspectiva al hecho de que la "cuestión nacional" sólo habría sido importante durante la guerra, y que en su nuevo libro de investigación habría de extenderse varias décadas en la post-guerra. Tal argumento no parece muy convincente, pero lo que importa es el resultado.
[34] Al respecto, ver el trabajo inédito de Rossana Barragán (s.f.) y el mío sobre "Mestizaje colonial andino", que próximamente publicará la editorial Aruwiyiri.

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