CAMINANDO CON RAINER MARÍA RILKE
Iván Apaza-Calle
Escuchar reseña:
Viareggio, cerca de Pisa (Italia), 23 de
abril de 1903, III carta del poeta Rainer María Rilke; a mi vista salta las
palabras: “La paciencia lo es todo”. Desesperado, como si todo estuviera
perdido, por los años que me consumen, por donde vivo y veo: enemigos de la
lectura, de los libros, amigos aspirantes a ser escritores, buscando cómo
paliar el hambre, ganando premios, vendiendo sus libros en una sociedad donde
pocos o ninguno lee, trabajando ocasionalmente de albañiles, haciendo churros,
revisando textos escolares… La lista se alarga, las razones para desesperar
también; en fin como en cualquier época en el país, el escritor luchando contra
viento y marea.
Camino por las calles desiertas, encadenadas
sin que puedan pasar automóviles, en ellas, perros resguardando el hogar de sus
amos; unos ladran a cualquier sospecha, otros duermen, y alguno que otro
disimula no ver, como si no estuviera pasando nadie, como si fuera el hombre
invisible; invisible.
Sin destino alguno, en mi mente aún gira las
palabras: “La paciencia lo es todo”. Esas palabras, cual destello, es todo para
un desesperado.
Las “Cartas
a un joven poeta” de Rilke, contienen chispazos, que llevan a tomar el hilo
artístico, da señuelos en la oscuridad al aspirante a escritor, y siga su
vocación, arriesgándose a todo: accidentes, equivocaciones, tropiezos, morir de
hambre, incluso arriesgando el riesgo. Y, quizá, un día escribir una obra
memorable. Es la prueba. La búsqueda de cualquier artista a costa de todo.
No era un poeta, es verdad, pero las cartas
de Rainer, dan señuelos a quien lo lee, despertando ese artista que existe en
cada quien; son cartas escritas en un tiempo lejano, específicamente para una persona:
Franz Xaver Kappus; el joven poeta. Puede que esa persona sea cualquiera que
recorra por esos escritos, cualquiera que aspire a ser artista. Hoy, Rilke, se
dirige al lector como a un amigo, como a un joven poeta, así tan íntimo, tan
profundo y sincero.
La correspondencia, como quien dice, “enseña
a pescar un pez”, no nos da el pez que uno quisiera, como un manual de
escritura, no. Rilke solamente despierta el demonio de la solitaria, arrojando
consejos, y aun cuando no está de acuerdo con ello, él habla: “Nadie le puede
aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adentrarse en sí
mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir”, y eso
requiere de la soledad, “estar solos como estuvimos solos cuando niños,
mientras en derredor nuestro iban los mayores de un lado para otro…”, soportar
esa soledad hasta que uno se encuentre, hasta que fluya las palabras exactas. Ese
aprendizaje requiere una espera larga, “un largo periodo de retiro y clausura”
dice Rilke, un coraje como el personaje de “El
viejo y el mar” de Hemingway, que se esfuerza y vence las adversidades,
luchando tenazmente, perseverando hasta el final. La espera es larga, el
caminar también.
Rilke, no teme a la soledad. Los pocos
personajes que la historia nos muestra como: Schopenhauer, Nietzsche, Newton,
Buda, Jesús, Cioran, J. D. Salinger, Rulfo…, tampoco temieron a la soledad, la
amaron, vivieron junto a ella, se descubrieron, se examinaron, se vencieron en
la soledad y gracias a la soledad. Y, hay una soledad para Rilke: “es grande y
difícil de soportar”, algo más, en la VI carta confiesa a Kappus, que la
soledad crece y “su desarrollo es doloroso como el crecimiento de los niños y
triste como el comienzo de la primavera”, pero va más allá de lo imaginado, y
se vuelve un motivo más para enfrentarlo. Si la soledad es difícil, “debe ser
para nosotros un motivo más para hacerlo”.
Sigo andando por esas calles desiertas, de
una ciudad de migrantes que trabajan de sol a sol, algunos sin la necesidad de
la claridad del astro, quieren ser “alguien” en su medio, a costa de dinero;
luchan, pujan para sobrellevar la miseria como en cualquier país
“subdesarrollado. En medio de la calle, aparentemente desolada, también, camina
un niño al lado de su madre, lento, balanceándose, como queriendo caer. Inocente,
el muchachito sonríe, no toma en cuenta los pequeños huecos donde puede
tropezar, sólo camina, y de repente pierde el equilibrio, cae asustado y llora.
¡Qué dolor!, rápidamente las manos de la madre auxilian al pequeñín. Así
también las “Cartas a un joven poeta”,
como los brazos y abrazos maternales, calman las angustias, los dolores
espirituales…, el abrazo dice: la soledad es grandiosa, hay que aprenderla a
vivir bajo sus dolores y hostilidades; nada de mentiras. La existencia tal cual
es y como ha escrito Rilke en “su modo más amplio posible. Todo, incluso lo
inaudito, ha de ser viable en ella. Este es, en realidad, el único valor que se
nos pide y exige: tener ánimo ante las cosas más extrañas, más portentosas y
más inexplicables, que nos puedan acaecer”
Sigo recorriendo por esa calle alteña.
Recuerdo otra vez, las palabras: “la paciencia lo es todo”. Bajo las
consolaciones de su madre, el niño se levanta adolorido. Camina otra vez y
sigue su rumbo.
Han pasado 5 años desde la VI carta al señor
Kappus. Es diciembre. Giro la esquina, hay pocos árboles, y ausencia viviente. París,
al día siguiente de Navidad de 1908. Rainer María Rilke, en la última
correspondencia responde: “lleno de confianza y paciencia, deje obrar en su
ánimo la grandiosa soledad”. Aún insiste en la paciencia y en la soledad, sí,
lo aprendió del escultor Augusto Rodin, a quien ha dedicado un libro y aprendió
que “uno no debe nunca precipitarse”. Seguir caminando sin precipitarse, como
camino por las calles desoladas de El Alto, como un fantasma, como el hombre
invisible de H. G. Wells, hasta poder encontrar la fórmula, hasta ser visible?
Sin embargo, puede que nunca pase eso y en eso claro Rilke cuando termina la X
carta, “… el arte es sólo un modo de vivir. Aun viviendo de cualquier manera,
puede uno prepararse para el arte, sin saberlo”. Y no hay necesidad de ser visible,
si es un modo de vivir.
Camino…, las 19 letras: “la paciencia lo es
todo” de Rilke, siguen repitiéndose en mi mente. Cierto. Esas palabras, hoy son
suficientes para un desesperado.
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