“LA NÁUSEA”. El espectro que nos persigue y los motivos para existir.
Ivan Apaza-Calle
Audio:
—¿Qué llevas ahí?
Metió la
mano en mi mochila y sacó la novela. Esperábamos a los pasajeros que faltaban
en la furgoneta. La espera me hacía sentir como un demonio.
—¿“La náusea”? Preguntó.
—Sí. Siempre llevo un libro para no aburrirme
en el trayecto. Dije.
—¿Por qué, La náusea? Es un libro viejito; es
de tu abuelo, ¿verdad?
—Claro que no, mi abuelo no sabía leer ni
escribir, era pongo de una hacienda. Lo compré de un traficante de libros
usados, por eso se ve así.
Sally,
hojeaba el libro, como queriendo encontrar algo, sólo halló la portaminas que
estaba en la página 177. Leía algo, pero luego lo dejaba.
— ¿De qué trata el libro? Preguntó
nuevamente.
No supe
resumir. Sólo dije que trataba sobre la existencia, no sabía más qué decir,
callé y me devolvió la novela.
—Toma, guárdalo. Me contarás la historia
cuando lo acabes de leer. Dijo.
El chófer
encendió el automóvil.Todos los asientos estaban ocupados. El motorizado por
fin recorría la autopista. —“Va a la
mierda”. Me dije por dentro. No supe contar a Sally la historia de A.
Roquentin y sus momentos de angustias cuando sabe que existe.
Por un
momento el silencio se impuso entre nosotros. Ella miraba la ciudad contenta. Su
belleza era incomparable, la brisa que ingresaba por el parabrisas, levantaba
sus delicados cabellos; me quedé absorto observándole. Llegamos al hospital,
trabajaba ahí, nos dimos un beso y bajó del automóvil.
—Te esperaré en la banca del frente. Le dije.
—Ve a leer y acaba ese libro. Respondió
Aquella
mañana, luego de acompañarle, me dirigí a la Biblioteca Central de la
universidad. Busqué el sitio más silencioso y donde no pueda moverme. En el
fondo del salón había una silla vacante. —Qué
suerte la mía. Me dije. Comúnmente siempre están ocupados. Después de dos
horas de lectura, acabé las pocas páginas que me faltaban. Estaba satisfecho,
en mi mente tenía muchas preguntas sin respuestas. El diario de Antoine Roquentin,
me causaba náuseas.
Quizá el
motivo más fuerte para leer los libros de Sartre, sean las crisis existenciales
que me perseguían cuál espectro. El preguntarme ¿por qué existo?, ¿para qué
existo?, ¿mi existencia tiene justificación? Preguntas así eran constantes. Es
verdad, el filósofo tiene pocos lectores en nuestra ciudad, quizá raros, pero
las angustias, las depresiones y las crisis existenciales que se leen en las
publicaciones en el Facebook, se parecen a esas crisis existenciales después de
la guerra en Europa.
Me antoje
un cigarro. Aquí no puedo fumar.
Salí de
aquél lugar y caminé rumbo al jardín. Encendí el tabaco y aspiré.
Después de
unos minutos, el cigarrillo se había consumido y convertido en humo, aquello me
servía para reflexionar e ingresar en estro.
Saqué la
libreta de apuntes y escribí:
Quisiera detallar la obra y
hacer una reseña esquemática donde pueda explicar, la esencia de la novela, pero es preferible que uno lea, sería una
pérdida de tiempo y falta de respeto al lector darle mi versión. Una reseña es
una invitación a la lectura, una sugerencia, pero no quiero hacer eso. Cada
quien lee según sus necesidades, en fin, uno busca respuestas en los libros, trata
de buscarse y encontrarse. Mis razones para elegir “La náusea” de Jean-Paul Sartre fueron por
necesidad. Sólo eso.
Continué
caminando por el jardín. La necesidad y el interés me habían llevado a la
elección de la novela, al terminar de leerlo también sentí que la desesperación
me atacaba. La banca estaba libre, me senté y el lápiz nuevamente corrió sobre
el papel:
La náusea. Qué es eso que me
persigue, que viene sin anunciar y desaparece. Pienso, me detengo a reflexionar
unos minutos y es trágico, más aún, para alguien que sobrevive.
Roquentin, en el diario
describe su soledad, las cosas que observa y responde sus preguntas. ¿Qué
razones hay para existir?, ¿acaso la existencia se justifica por sí misma?, ¿por
qué la Náusea aparece y desaparece?
Es un sujeto que existe en
la soledad, que investiga la vida del marqués de Rollebon, quiere justificar la
existencia de ese ser escribiendo su vida. La historia justifica la existencia,
pero, mientras el ser existe ¿acaso hay algo que pueda justificar esa
existencia?
Sin hacer nada, frente a la
nada el hastío es constante. Antoine anota, “Viernes: Ya no tengo ganas de
trabajar; lo único que me resta es aguardar la noche”, más tarde, a las cinco y
media: “¡La cosa anda mal, muy mal! Otra vez la suciedad, la Náusea”. El ser
frente a la nada, he ahí el llamado a la Náusea; la gente que se mantiene
ocupada, elide y esquiva a las crisis existenciales, ahora que recuerdo, Gustave
Flaubert hacía eso todo el tiempo, trabajo, trabajo y más trabajo, porque
“después de todo, el trabajo, esa es la mejor forma de escamotear la vida”. Roquentin
aguarda, espera la noche y en ella surge la reflexión, “el pienso luego existo”
de Descartes se enciende, pero uno no piensa y luego existe, simplemente
existe, y sus preguntas pueden ser de diversa índole; otra vez la Náusea.
El acto de pensar, sí. El
acto reflexivo es lo que trae la náusea, lo que sitúa a uno en un lugar, en una
condición; sino pensamos, la existencia es una monotonía, es vida, “cuando uno
vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo.
Nunca hay comienzos. Los días se añaden a los días sin ton ni son, en una suma
interminable…”, y el resultado es la siguiente afirmación: “uff el tiempo pasó
rápido”. De hecho no pasó rápido. El tiempo solo sigue su curso…, el que vivió
no se da cuenta del tic y tac del reloj. Y no darse cuenta es vivir; puede
pasar 20, 30… años sin darnos cuenta, una vida así, es controlada por lo
externo, porque no decidimos y somos tragados por el engranaje,
consecuentemente esperamos la muerte. Y, en el velorio los allegados musitaran,
que fue nuestro destino.
Domingo, domingo de las
tragedias, bueno no solamente ese día, empieza el viernes, después de salir del
engranaje, los amigos se dirigen al bulevar, como las moscas al dulce, ya con
unos tragos en el estómago, el acto reflexivo renace, se habla cómo le fue con
tal muchacha, en el trabajo…, la conversación es sobre todo hasta quedar
anulado.
Duermen, es lunes y
nuevamente el engranaje. Es el absurdo de la existencia.
La descripción de Roquentin
el domingo es demoledora; observa la existencia a su alrededor, camina de un
lugar a otro, escribe: “En algunos rostros más descuidados, creí leer un poco
de tristeza; pero no, esas gentes no estaban ni tristes ni alegres;
descansaban…, por el momento querían vivir con el mínimo de gastos, economizar
gestos, palabras, pensamientos, hacer la plancha: tenían un solo día para
borrar las arrugas, las patas de gallo, los pliegues amargos que deja el
trabajo de la semana. Un solo día” y todo el resto de la semana a sobrevivir.
Para Roquentin, la única
causa para seguir existiendo después de preguntarse sobre lo mecánico de los
días en los demás, son sus investigaciones. Él también es parte de lo monótono,
de un eslabón de una determinada especie que se dedica a ciertas labores.
Antoine, también tiene su ocupación, investiga la vida de un personaje, duerme,
desayuna, fuma, bebe, conversa,” hace el amor”, camina, y por supuesto va a la biblioteca a trabajar, la única
diferencia con los demás, radica en sus reflexiones sobre la existencia lo que
produce sus encuentros constantes con la Náusea.
Él también tiene esperanzas,
espera ver a Anny, y la espera le mantiene aún con vida, de lo contrario,
¿acaso querría suicidarse?, es lo más probable, porque ya no habría motivos
para existir, lo que le mantiene con vida es ver al ser amado, después no
sabemos que será. Después de encontrar a Anny, las expectativas de Antoine caen
abajo, no esperaba ese tipo de encuentro, decepcionado vuelve a su trabajo,
pero se da cuenta que el trabajo también es vano, ¿por qué justificar la
existencia de alguien que ya no existe?, hasta hace unos días atrás, M. de
Rollebon representaba su única justificación de existencia, pero no, menudo
error ha cometido, anota: “la historia habla de lo que ha existido, un
existente jamás puede justificar la existencia de otro existente”. La suerte
está echada, es libre y su libertad tiene sabor a muerte, no está atado a
nada…, y… Su existencia depende de su decisión, espera el tren para marcharse y
dejarlo todo, es su única esperanza, y un motivo para seguir viviendo. Sentado
en el bar, se despide de Madeleine, por unos momentos escuchan música, dentro
unos minutos el tren partirá rumbo a París. Ahora es su objetivo, pero no lo
piensa más. La canción le conmueve, quiere saber por qué el que escribió la
canción hizo semejante arte, quiere conocer, por qué hizo todo eso.
Ahora todo acabó con las investigaciones sobre M. Rollebon, sus
objetivos ya no son los mismos, se da cuenta que existe, que es yo, y que su yo
es parte de una conciencia: es Antoine Roquentin, quiere justificar su
existencia, puede elegir, es su decisión, entre el sí y el no hacer algo,
incluso abstenerse a no elegir entre estas dos opciones, también es una
elección, lo más importante es que ha entendido algo, que el existente es el
único que puede justificar su existencia y es él.
Dejé de
escribir, era suficiente. Miré el reloj, faltaban solamente 20 minutos para que
den las 13: 00 horas, tenía que estar en la banca, esperar a Sally, e ir a
comer algo aquella tarde. Guardé mi libreta de apuntes…, caminé al encuentro. Yo
también existía aquel día, y un motivo más para existir, lo confieso, era
volver a ver a Sally.
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