MACUSAYA Y LAS BATALLAS POR LA IDENTIDAD


Iván Apaza-Calle

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Las calles ardían por aquel año (2003), las balas y los gases lacrimógenos dispersaban los grupos que bloqueaban en todas las esquinas…, las voces que se oían eran de llanto, de protesta y de esperanzas. Eso se oía en los relatos de las radios, eso se observaba en la pantalla chica de blanco y negro que teníamos en casa. Por esos mismos años en las comunidades rurales, cada quien empuñaba un fusil, una q’urawa, unos palos, unas flechas… Lo recuerdo bien. Septiembre de 2003, la plaza de Warisata estaba atestada de comunarios, muchas personas encapuchadas portaban el legendario máuser de la guerra del Chaco, algunos con los rostros absortos, preguntaban por los desaparecidos, algunos adolescentes también se preguntaban por qué sucedía lo que sucedía, yo me preguntaba, por qué habían baleado a un amigo mío, a un tío, familiar que dejaba en orfandad varios pequeños, mientras aviones hércules sobrevolaban cerca al suelo altiplánico ese día.  
   
Carlos Macusaya, el cobrizo barbilampiño por  entonces, también se fogueaba en la ciudad de El Alto, se dio cuenta sobre los procesos de lucha que acaecían, sobre las diferencias marcadas por el Estado colonial, diferencias entre indios y q’aras, pero a la par, notó que ciertos grupos de indianistas y kataristas, habían iniciado anteriormente la lucha por los derechos al Estado colonial, el derecho que tienen como nación; sin embargo, en ese fogueo del que tantos fueron participes y correteaban en medio de las balas, de los gases lacrimógenos había otro bando, los nietos de los patrones de nuestros padres y abuelos, estos balbuceaban en las calles:  ¿Qué quieren estos indios de mierda? Macusaya, escuchó esas palabras agrías cuando protestaba marchando en El Prado paceño. No lo olvidó.

La situación caótica, de batallas y muertes se había calmado con la asunción del presidente de origen “indígena”. Las cosas se habían volteado, los indios que eran odiados y todo lo que les relacionaba, ahora estaban de moda, todos querían ser indios, todos buscaban sus raíces ancestrales, los bicheros o los cazadores de gringas estaban en auge. Y de repente esa voz y el rostro que se petrificó en la memoria de Macusaya, reaparece, ahora le inquieta, le molesta, sabe que esa hipocresía contiene algo: instrumentalización. No está de acuerdo con ello y socializa todos sus pensamientos en los debates públicos, en la lucha de ideas “cara a cara”; no es suficiente. Necesita hacer algo más. Escribir. Sí. Escribe algunos garabatos que los guarda hoy, pero los garabatos aun no son suficientes, necesitan ser publicados.  

El inicio de todo siempre es difícil. Macusaya, caminaba una hora cada día, recorría desde las laderas de Villa Fátima hasta la Universidad Mayor de San Andrés. En el trayecto pensaba las ideas que iba a escribir. El bibliotecario se había hecho amigo suyo; a veces tomaba prestado un libro, en otras ocasiones la computadora y cuando sucedía eso, tecleaba cada letra frente a la pantalla ajena, así letra tras letra, palabra tras palabra formaba oraciones dando a luz a sus escritos.

En otros tiempos, se encontraba detrás de varios libros tendidos en el piso, libros malditos para el q’ara, folletos digeribles para principiantes, obras pirateadas… A su alrededor, había personas de todas edades que le escuchaban y debatían sobre el destino del indio y observaban aquellos objetos que contenían signos en sus hojas. Esos libros tendidos sobre un nilón, se asemejaban a una fogata que ardía en plena noche, alguna de estas personas le compraba el fuego para iluminar su camino y los demás se acercaban para iluminarse y calentarse un momento. Macusaya, hablaba y a través del habla transmitía lo que había leído; así se hizo orador, de esos que, de su boca salen ideas con esa rapidez alucinante, que muy pocos saben seguir.

A Carlos Macusaya, porque escribía y hablaba con la rapidez de liebre, muchos no le entendían, y empezaron a desconfiar de sus ideas sobre el indio, lo indio, el pachamamismo, las pachamamadas y los pachamámicos… No le importaba las desconfianzas que le tenían, sólo escribía; tomaba poca atención a las críticas; era lo de menos, él escribía al calor del escenario político e impulsado por la pasión de escribir, escribía lo que no se decía, pero que se observaba y se oía bien para los demás. Quería denunciar la hipocresía de quienes en el pasado odiaban a los indios y que hoy esos mismos hacen de paternalistas y maternalistas.

Después de Ayar Quispe, Macusaya es uno de los escritores indianistas prolíficos. Es verdad que, ambos no tuvieron la oportunidad de entablar un debate, sin embargo, tras el asesinato de Ayar, Carlos le dedicó un pequeño escrito en vez de llevarle flores en su entierro. Ambos desde sus sitios, tan cerca y tan lejos, escribían a su manera. No podía ser de otro modo, cada quien trataba de desmontar y explicar el indianismo, el katarismo, en fin, al indio en el mundo colonial ¿Acaso escogieron nacer en este tiempo y en este contexto social? No. La historia, la condición de indio, les dieron una condicionante para dedicarse a escribir sobre los temas que ambos sufrieron en carne propia: la racialización.

Han pasado años, parece ser ayer, pero es abril de 2019. Sobre los papeles se halla el libro inédito de Carlos, “Batallas por la identidad” (2019) ayer entre esos papeles estaba “Indianismo” (2011) e “indianismo-katarismo” (2014) de Ayar Quispe, escritos que tratan de sistematizar las ideas sobre la realidad colonial que, medio siglo atrás, Fausto Reinaga, había dedicado toda su vida. Hay temas comunes en los papeles inéditos, de hecho, los autores también tienen una cualidad común, la experiencia de los escupitajos racistas que vieron y experimentaron en la ciudad colonial, en esa ciudad  de calles mugrientas de desechos que causan un olor nauseabundo, barridas y recogidas por unas caras morenas, tan morenas como el color de la tierra, tierra que en un tiempo les dio de comer, ciudad de paredes, de edificios edificados por manos callosas, en cuyas esquinas o en los bancos de dinerales, gendarmes de cuello moreno quemados por el sol, resguardan la riqueza robada.

Los libros inéditos (ahora publicados) de Macusaya y Quispe hablan de esa realidad. De las diferencias sociales establecidas, del indio y lo indio, de la división social del trabajo a partir del color de la piel, de los procesos e intentos de libertad, de los fracasos, contradicciones y mixtificaciones, de las políticas de Estado que se asemejan al sopor en el cual existen los denominados indios o indígenas, cual vida mecánica, donde quizá el único sentido es sobrevivir, salir adelante sea como sea.

El autor de “De dónde venimos los cholos” (2016), sentenció sobre el nuevo libro de Carlos que “a Macusaya hay que leerle con los sentidos muy abiertos y con la expectativa que uno puede deparar a experiencias llamadas a remover lo que sabes y lo que eres. Terapia, psicoanálisis y ayahuasca. Hay quienes sentirán que no son los mismos después de conocerlo. Uno puede entrar a este libro como un cholo paria de la ciudad y salir de él siendo un indio en busca de su destino”. Sí, es verdad. La descripción de Marco Avilés, es tan cierta que, los cholos que lo leen salen tan indios que empiezan a reconstruir su pasado para legitimarse y buscar su destino, tal como había proyectado Reinaga, pero en otros casos, salen siendo un aymara o un quechua que dejan de ser indios y arrojan el oprobioso denominativo para seguir con su existencia como cualquier ciudadano del mundo. Macusaya, con sus libros convierte al cholo en indio, convierte al indio en aymara. Indianiza así como desindigeniza.

“Batallas por la identidad” de Macusaya, proporciona una apertura al debate sobre la identidad, la racialización y los procesos políticos que se suscitan hoy. Un mérito de esta obra es, que los racializados nos demos cuenta que también reproducimos ese racismo en la vida cotidiana sin darnos cuenta de ello, el mero hecho que, nos distanciemos o evitemos debatir con los otros, evidencia esa reproducción, Macusaya reflexiona en cómo funciona el racismo, la manera en que uno se identifica y lo identifican. Asimismo la obra expone las experiencias históricas e ideológicas de otras generaciones y a partir de ello, observa y describe los nuevos procesos políticos, sociales y el papel que se da a los “indígenas” y lo que se oculta en esa retórica y hace un llamado a “dejar los papeles exóticos y el juego de victimización”; no se confunda con la “llamada de la tribu” que tanto criticó Mario Vargas Llosa, Macusaya también está en desacuerdo con la subordinación al brujo o al casique todo poderoso.

En fin. Macusaya ya no es el mixtificador de aquellos años al que una vez criticamos desde la ortodoxia, ahora es el des-indigenizador. Queramos o no, el aporte de sus reflexiones en este libro, no es la polvareda que asfixiaba, sí, todo lo contrario, hay una madurez en la capacidad de abstracción, y su mérito más grande es tratar de entender el presente. He ahí la diferencia.
El Alto, fin de abril de 2019

  

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