"DEL “INDÍGENA” A LA MUJER Y EL JOVEN: LA IMAGEN Y EL RELATO COMO MEDIOS PARA ATRIBUIR REPRESENTACIÓN", por Guido Alejo Mamani

Por: Guido J. Alejo Mamani*
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Durante las campañas electorales bolivianas se esgrimen una diversidad de idearios con el fin de captar el mayor caudal electoral posible, en medio de esta amalgama se puede destacar la eterna idea de “la inclusión de los excluidos”; esta inclusión a nivel político representativo brinda la ilusión de solucionar problemas sociales a través de la elección de personajes a los cuales las élites políticas atribuyen la representatividad de los grupos postergados. Estos personajes sujetos a inclusión pueden ser constantes y variables, constantes en el sentido de que son sujetos que se politizan en demasía en todas las contiendas electorales y variables en relación de que algunos sujetos son usados según un contexto político determinado. En la campaña electoral rumbo a las elecciones de octubre podemos identificar como sujetos incluidos constantes a la mujer y el joven y como personaje variable al “indígena”.
Los relatos estructurados en relación a la mujer se enfatizan en la idea de que mientras más mujeres ocupen los escaños de poder el machismo y la violencia contra la mujer tenderán a reducirse y la situación de las mujeres en general mejorará. Lo cierto es que en las esferas de poder la paridad de género está garantizada por ley y según el gobierno central alcanza cotas de 51% en la Asamblea Legislativa, 51% en los puestos de Concejales y 46% en el poder judicial.

En julio de 2019, el candidato por CC Carlos Mesa presentó a 9 mujeres como candidatas a las primeras senaturías departamentales esperando la “solidaridad electoral de género” para las elecciones de octubre.

Pese a los avances muy destacables en paridad de género la participación de la mujer está lejos de ser determinante, en el sentido utilitario, las élites políticas hacen un uso instrumental de la mujer, tanto en su relato como en la práctica política para así legitimarse simbólicamente ante la población, las tareas encomendadas a mujeres son deseables en cuanto sean un escudo destinado a proteger los intereses de cúpula, así también, algunas mujeres políticas apelan a su condición de género para acceder a ciertos espacios estatales en condiciones favorables, esto en desmedro de muchas otras mujeres que pueden ser agentes de cambio. Las actitudes machistas están enraizadas en la práctica política y son un reflejo de los mayores defectos presentes en la sociedad.
Otro eterno “incluído” es el joven, cuyo relato político se asocia con ideas relacionadas a la recreación de ideas nuevas y un cambio enfocado a los desafíos futuros. Su figura cobra especial relevancia en una década en la que Bolivia ha ingresado en una etapa de acervo demográfico, así la juventud se constituye en una fuerza electoral notable. La Ley de La Juventud respalda la participación de los jóvenes en política y el porcentaje de legisladores de 18 a 28 años de edad ha crecido sostenidamente en el Parlamento. Según la UNFPA en el periodo 2006 -2009 el 1,6% de parlamentarios fueron jóvenes, en el periodo 2010-2014 creció a 5,9% y en 2015-2020 ascendió a 8,7%.
El capital simbólico del joven es deseable y es preferentemente ubicado en posiciones visibles para atribuirle representación. El contar con jóvenes en un partido político tiene dos propósitos notorios: el primero es la continuidad biológica de las familias que se reproducen en las esferas altas del poder con la consiguiente subalternización de los jóvenes que se encuentran en estratos políticos bajos; el segundo representa la continuidad ideológica que trae consigo la permanencia de prácticas políticas, así la formación de cuadros representa ese acondicionamiento y domesticación de la energía del joven enfocados hacia la continuidad. Las élites son cuidadosas en la elección de los jóvenes que asuman roles de importancia, en ese sentido es poco probable una ruptura en cuanto a la generación de nuevas ideas y prácticas.
Tanto la “inclusión” de la mujer y el joven forman parte continua del discurso político y su vigencia está patente, sin embargo, un personaje que se ha dejado en un papel secundario es el “indígena” que con la instauración de Estado Plurinacional fue posesionado -desde el poder- como el sujeto referente en el imaginario político boliviano.
En cuanto al relato sobre el “indígena” se pueden diferenciar dos etapas de instrumentalización: una etapa “idílica” y otra etapa de “descarte”. La etapa idílica corresponde al periodo anterior y posterior a la promulgación de la nueva CPE, en el que se aplica una “inclusión” compensatoria, como la creación, según Ley de Régimen Electoral, de 7 circunscripciones “indígenas” especiales, además de la adopción de un discurso multiculturalista que atribuye al “indígena” una moralidad superior y la cualidad de agente biótico guardián de la naturaleza. La etapa de “descarte” se aplica al ser notorio el desgaste del discurso de idealización del “indígena” revelándose éste como un ser humano con defectos y virtudes, entonces lo indígena queda en una situación secundaria contrariamente a los postulados de la plurinacionalidad.

El “indígena” no forma parte de las cúpulas políticas que deciden el destino del país, pero su imagen es usada cíclicamente para fines de cohesión.
El capital étnico tiene una valoración cíclica en el ámbito político y forma parte de un péndulo constante en la historia boliviana. Las fronteras étnicas y culturales son exacerbadas, a menudo, para lograr cierto grado de cohesión y solidaridad étnica a favor del candidato o caudillo de turno, así lo hacen Evo Morales y Félix Patzi y en menor medida Fernando Untoja y Victor Hugo Cárdenas. La instrumentalización que hacen las élites políticas de lo que ellos denominan como “indígena” es una constante, pero el discurso sobre el “indígena” manejado en el oficialismo difiere del instrumentado por la oposición; el oficialismo brinda la imagen de los “indígenas empoderados” aunque están ausentes en las cúpulas de decisión, para la oposición el “indígena” preferido es el “otro” que se muestra oprimido y vulnerable, más acorde a los imaginarios de las clases medias tradicionales.
Tanto la mujer, el joven y el “indígena” forman parte de la oferta visual de la campaña electoral, son instrumentos útiles mientras puedan obedecer a ciertas estrategias políticas. El relato complementa la imagen, les otorga atributos que válidos o no, encubren las relaciones que se entablan ya al interior de la administración estatal. Lo cierto es que la representatividad no garantiza necesariamente un cambio de las relaciones de poder, sino es una justificación para la continuidad de patrones de conductas opresivas, ya sean coloniales, machistas o de clase como se puede evidenciar en el ambiente político vigente.
Octubre marcará una ruptura en cuanto a la continuidad biológica individual de gran parte de los caudillos, así como el agotamiento de la ideología propugnada desde las élites presentes en el oficialismo y la continuidad de la esterilidad creativa de la oposición tradicional. Así, se avizora un vacío que puede ser llenado por mujeres y hombres, jóvenes y adultos, “indígenas” y “no indígenas”, que fundamentalmente planteen nuevas propuestas, nuevas ideas, nuevas visiones acompañadas de prácticas políticas más dignas, que renueven la fe y esperanza de la sociedad boliviana en una clase política que debe ser la vanguardia en los cambios que necesita nuestro país. La oportunidad está dada.
* Guido J. Alejo Mamani es Ensayista y Arquitecto alteño
Fuente: https://guidoalejo.wordpress.com/2019/10/03/del-indigena-a-la-mujer-y-el-joven-la-imagen-y-el-relato-como-medios-para-atribuir-representacion/

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