El totalitarismo de la razón maniquea en la política boliviana



Por Gustavo Adolfo Calle L*

La política boliviana es hoy el entuerto del que nadie sale librado. Los extremos se han impuesto y la complejidad ha sido disuelta. La lógica amigo-enemigo permea en todas las esferas de los análisis y opiniones de la política. Vivimos el tiempo del reduccionismo matizado por un componente beligerante.

En un contexto de este tamaño la crítica no es bienvenida. Más si procede desde adentro. Si estás conmigo lógicamente estás contra los “otros”. Si te veo tratando de buscar equilibrio seguro eres un infiltrado o vacilante enemigo. Esta es la lógica de nuestro tiempo.
¿Era así antes? Sí. Pero es curioso que hoy sea tan exponencial y sin ningún tipo de tapujos. Tal vez la razón de esta sin razón sea el andamio que la sostenía: la hipocresía. Y es que, como sociedad, nunca hemos tenido un vínculo común que haga de nuestros encuentros verdaderos lazos de comunión. Por eso, era obvio que tarde o temprano, lo que la hipocresía sostenía bajo el discurso de la tolerancia terminara desbordándose.

Así, hace poco, aunque sea por simple hipocresía se mantenía la reserva con el diferente y se llegaba a flote hasta cruzar con la tolerancia, aunque sea a fuerza. Hoy ese puerto se ha perdido.

Hoy la tolerancia no existe más. Hemos sacrificado el principio de la convivencia y la acción comunicativa “habermasiana” por el principio fanático de la razón totalitaria. No se permiten los disensos. Se gusta de la opinión siempre y cuando refuerce nuestras creencias, así de simple. De esto nadie se salva. Somos presa de nuestras estructuras. No nos resistimos a la prisión y sedemos nuestra libertad al totalitarismo de nuestras lógicas maniqueas, nuestra comodidad de clase y nuestros determinantes históricos.

El mundo de la política ha desechado la realidad misma y la ha canjeado por el coliseo romano. Vives, si te sumas a mis totalitarismos barnizados de razón o mueres si objetas mis certidumbres. No hay término medio, mejor dicho, complejo. 

Hoy nuestra sociedad está en la mayor de las sin razón. En un mundo de blancos y negros –sin grises-, la censura viene por simple mecánica. La prensa no es más el escenario de la libertad y el trabajo intelectual (en todos sus estratos) es el espacio de la propaganda. Las redes sociales el escenario de lo simple y lo perverso. Y la universidad, el lugar donde las ideas son artificios que no complejizan, sino que superponen, mejor, jerarquizan las opiniones, y las barnizan de cientificidad. 

Se supone que el contexto universitario es inmune al totalitarismo de las lógicas maniqueas, pues, en teoría, esta institución prepara a los individuos para un mundo diverso, complejo y contingente. Pero no. En nuestro contexto, los “grandes” profesores, los “catedráticos”, los “filósofos” de la enseñanza, rompen a cada segundo con el principio “weberiano” del que hacer científico, no dan clases, dan opiniones. 

Así, “toman ventaja de sus prerrogativas para influir en sus estudiantes transmitiéndoles sus propias opiniones”. No son siquiera opiniones equilibradas o complejas, son sesgos y prejuicios cargados de un odio que nublan el mundo fáctico y contribuye al escenario anti-habermasiano en el que nos encontramos. 

¿Hay salidas? Seguro, pero no creo que se vean por ahora. El espesor de lo maniqueo es muy intenso y opaca toda luz que nos indique algún camino.

*Periodista, miembro del grupo de análisis social y político Jichha


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1 Comentarios

  1. Maniqueas lo abstracto lo adjetivo y te conformas con el así debe ser, murió la práctica más escribo por que no puedo y no quiero ver.

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