ELECCIONES GENERALES Y LA DEMOCRACIA ASEDIADA
Por: David Ali Condori[1]*
Las
elecciones de 18 de octubre tienen una particularidad, no sólo por realizarse
en tiempos de pandemia, sino también por la tensión generada a partir de la
derecha y la izquierda. Desde la noche del sábado 17 de octubre, las fuerzas
combinadas de policías y militares han tomado las calles de las principales
ciudades de Bolivia, algo inédito en tiempos democráticos. El miedo cunde por
todo lado, hasta hay quienes han decidido proteger sus casas o los mercados con
calaminas, para no sufrir los daños materiales ante una posible convulsión
social. De por medio está el discurso de
la “Democracia”, unos dicen defender la democracia y otros recuperar la misma,
porque el año pasado se había instaurado un “golpe de Estado”.
En
ese contexto, en medio de una democracia asediada y una política panóptica, los
bolivianos tienen que “elegir” a sus futuros gobernantes. Para muchos
opinólogos tradicionales, la democracia se reduce al voto, como la máxima
expresión del pueblo, pero esa es una simple apariencia fenoménica. En realidad:
¿Qué se oculta detrás de esa democracia que defienden los partidos políticos y
sus analistas?
Aquí
no nos vamos a perder en las definiciones convencionales de la democracia, que
hay por montón en las bibliotecas y se estudian en las universidades. De allí,
salen los opinólogos que a diario están en los medios de comunicación pululando
las viejas teorías euro-norteamericanas. Pues de ahí, también se reproduce la
política boliviana, por eso no ven otra posibilidad, más allá de la derecha e
izquierda. Por ejemplo, la democracia
que defienden, tiene sus orígenes en la Antigua Grecia, donde las mujeres y los
esclavos eran excluidos de las decisiones políticas. Por tanto, era una
democracia elitaria y discriminatoria que sólo privilegiaba a una clase política.
En la actualidad, esta idea de democracia sigue está vigente en nuestro
contexto, donde no todos pueden ser electos como gobernantes, sino sólo una
élite, por eso tenemos viejos políticos que casi toda su vida se disputan el
poder en nombre de la democracia, como: Jorge Quiroga Ramírez, Samuel Doria
Medina, Carlos Mesa, hasta Evo Morales y otros. Con razón María Galindo dice: “no
tengo un millón de dólares… para comprarme una sigla, para spots publicitarios”
y ser candidata a la presidencia.
Asimismo,
esta democracia, promueve la representación delegada, donde el pueblo pierde el
poder como capacidad de decisión y está condenado a someterse a la soberanía de
quienes administran el Estado. Aquí el poder es entendido como la dominación
del hombre por el hombre, así la libertad e igualdad se esfuman en manos de los
poderosos locales. Aunque en la última instancia, éstos terminan subordinándose
a las potencias mundiales, buscando la tutela para no sentirse desamparados. Esa
es la miseria de nuestra política boliviana.
De
ahí deducimos que la actual democracia es meramente formal y aparente, el
pueblo sólo vota y no precisamente elige, porque votar y elegir no es lo mismo.
Los candidatos ya vienen electos desde sus partidos políticos, quizá designados
a dedo por el jefe o auto-elegidos porque son dueños de alguna sigla política.
Con razón, el pueblo termina resignándose y votando por el “mal menor”, porque
no tienen otra alternativa. Además, en nombre de esta democracia, muchas veces,
se genera violencia y hasta se mata, como ocurrió en los hechos de Sacaba y
Senakata, el año pasado.
¿Qué
hacer frente a esta realidad? Para los intelectuales tradicionales formados en
las universidades convencionales y los políticos de derecha e izquierda, no hay
otra alternativa, hay que nomás someterse a las reglas de la democracia liberal
y representativa, de lo contrario seremos antidemocráticos. Pero para los “Otros”,
los negados, “salvajes” como nos han llamado, la democracia formal ya no es
sostenible y por tanto hay la necesidad de transitar hacia una democracia real,
en la que el poder no se delega, sino está dispersa en el pueblo y este lo
tiene como la “voluntad de vida” en comunidad. Esta otra política, amerita ser
pensado y teorizado desde el locus de nuestros pueblos, para luego proponer
como un “nuevo paradigma de vida” al mundo. Es una tarea pendiente de las
universidades y los actores políticos, para así terminar con el laberinto de
derecha e izquierda.
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