Carlos Macusaya
PACHAMAMADAS: Apariencia y dominación Por: Carlos Macusaya
Desde hace un tiempo atrás se ha hecho muy usual la utilización de términos como pachamamismo, pachamamistas, pachamamomes y pachamamadas. En muchos casos se da por sobrentendido lo que se quiere decir o lo que se alude cuando se usa estas palabras. Ante la aparición y el constante uso de estos términos hay quienes reaccionan muy emocionalmente y suelen sentirse sumamente ofendidos por la forma en que la palabra pachamama es usada en tales expresiones, incluso claman por algún tipo de castigo porque creen que se trata de un “sacrilegio” que denigra algo “sagrado”. En lo personal, soy alguien que usa mucho las palabras mencionadas y por ello pienso que es pertinente plantear algunas consideraciones sobre las mismas, aunque por esta ocasión he de concéntrame en lo que entiendo son las pachamamadas, para luego terminar haciendo una sucinta relación con los otros términos.
Las pachamamadas son expresiones
de un cuento, de una estafa hecha a partir de la dominación (justificándola y
reforzándola) que se ejerce sobre poblaciones racializadas (consideradas
“indígenas”) y que es presentada como algo propio de los “indígenas”, siendo
supuestamente la garantía de su ser y por lo que luchan. Se trata de formas en
las que la dominación blancoide se mimetiza y adquiere una engañosa apariencia,
pasando por lo que no es: “indígena”, “ancestral”, “nuestra cultura”, etc. Entonces,
por un lado, las pachamamdas son como eso que en La Paz se llama “el cuento del
tío” y que sirve para estafar a la gente que cae en tal cuento; por otro lado,
para ganar en efectividad se disfraza de algo propio, envolviéndose en tejidos
o rituales, como si fuera un colonizador que para lograr infiltrarse y sabotear
nuestra lucha se vistiese como inca y dijese: “¡soy lo que ustedes han perdido,
lo que tienen que recuperar y a quien tienen que venerar!”.
El cuento, la “mamada”, con esa
apariencia encantadora ha logrado ser identificado como lo que los “indígenas”
deben y quieren recuperar, lo que es su “identidad”, aquello que sería sagrado para ellos, y esto ha llegado al punto
tal de que han sido los propios “indígenas” (no todos, claro) quienes se han
tragado el cuento, acogiendo ingenuamente y rindiendo culto al colonizador
disfrazado de inca; han actuado buscando darle validez a una mamada destinada a
garantizar la dominación blancoide y que se disfraza de pachamama para parecer
algo propio de estas tierras, siendo en realidad pachamamada. Entonces no
estamos hablando de como se entiende pachamama en las poblaciones agrarias en
los andes, sino que hablamos de cómo la dominación blancoide se renueva y
afianza bajo una apariencia que le ha permitido hacerse pasar como algo
“ancestral”y propio de los “indígenas”.
Las pachamamadas, promovidas por
organismos internacionales, han logrado ser aceptadas en la academia
“occidental”, han logrado ser políticas públicas, funcionan también como
inspiración para muchos movimientos “indígenas” y activistas. El elemento
central en las pachamamadas es la idea de que el “indígena”, a pesar de la
colonización, es un ser distinto y opuesto a los occidentales y a su cultura,
lo que se expresaría en la forma de vida que supuestamente “conservan desde
tiempos inmemoriales”. Se trataría de seres conectados con los “secretos” del
cosmos y que tendrían una relación de armonía con la totalidad del universo y,
claro, con el planeta tierra, con la “madre naturaleza” y todos sus hijos.
Vivirían al margen de los procesos de diferenciación y contradicciones sociales,
desvinculados el resto del mundo, sin “contaminación” de culturas “foráneas”,
desarrollando una economía basada únicamente en valores de uso y sin relación
alguna con la reproducción del capital. La organización de la justicia, las
formas de crear, compartir y formar conocimientos, las relaciones de género,
etc. serían en el presente las mismas desde muchísimo antes de la conquista
española y ello gracias a haberse mantenido por “usos y costumbres”. Todo lo
dicho se expresaría, por ejemplo, en “su” cosmovisión y justificaría la
formación de guetos llamados “autonomías indígenas”, el apartheid “bueno”.
¿Cómo pensarnos y pensar nuestra
situación contemporánea con tales ideas? Pensemos, por ejemplo, en eso de que
los indígenas viven en armonía y se complementan con la naturaleza. Sí alguien
dijese y procediese en una disputa política o en un ámbito académico poniendo
como verdad eso de que “los gatos tienen siete vidas” o que se debe “tacar
madera” para que algo dicho no se haga realidad seguro sería objeto de burla, nadie
en su sano juicio lo tomaría con seriedad y al final todo su accionar terminaría
en el más estrepitoso fracaso; pero
cuando las afirmaciones respecto a que “los indígenas viven en armonía con la
naturaleza y todos los eres” es algo que ha sido tomado como una verdad
evidente por sí misma.
Está claro que si un gato muere
(ahogado en una bolsa, envenenado o en las fauces de un can) no revive ni le quedan
seis vidas. Pero cuando se dice que los “indígenas viven en armonía con la naturaleza” o que para
ellos “están primero las hormiguitas” hay quienes toman tales afirmaciones como
serias y expresiones de la vida misma de los “indígenas”; sin embargo cuando se
da una sequia o inundación en algún lugar habitado por “indígenas”, estos ni se
complementan ni armonizan con esos fenómenos de la naturaleza. Seguro no
faltarán quienes respondan que “eso es porque el hombre occidental y los occidentalizados
han roto con el equilibro entre los humanos y la madre tierra”. Pero estos
ingenuos omiten que a lo largo del desarrollo de la vida en el planeta tierra
se han dado grandes extinciones, catástrofes naturales en las que muchos seres
han perecido, como los dinosaurios o los mamíferos gigantes. Ha habido
glaciaciones, sequías, inundaciones, terremotos, volcanes “ferozmente” activos,
etc., que han condicionado la muerte de muchos seres a la vez que han dado
lugar a la formación de otras formas de vida.
La naturaleza no es una señora
delicada, bondadosa e indefensa. No es algo que haya estado ni está en equilibrio
y armonía; esa no es la “naturaleza” de la naturaleza y el hombre, desde que
apareció en la tierra, en lugar de complementase y vivir en armonía con ella ha
sufrido su incontenible “inclemencia” en todo el mundo, sea en África, Asia,
Europa o América. Creer que la colonización europea sobre el “nuevo mundo”
rompió con la supuesta relación armoniosa de los “indígenas” con la “madre
tierra” cae en lo ridículo pues, por ejemplo, estados como el de los Moche,
Nazca o Tiahuanaco se desestructuraron a causa de fenómenos naturales que
hicieron insostenible la vida. Los sacrificios de animales e incluso de seres
humanos, destinados “solucionar” los cambios climáticos, no aplacaron el “mal
humor” de la naturaleza.
Las sequías e inundaciones no
llegaron a este continente con los españoles. Estos fenómenos, tan propios de
la “madre tierra”, estuvieron antes de que los “indígenas” colonizaran lo que
hoy se llama América; son fenómenos que anteceden a la aparición del hombre.
Pero así como no hay ni ha habido relación de armonía y complementariedad entre
“indígenas” y la “madre tierra”, tampoco hubo ni hay armonía entre quienes
colonialmente son llamados indígenas. De hecho la conquista española,
presentada como una gran hazaña hecha por un grupo minúsculo de españoles, fue
posible porque entre los “indios” había diferencias y contradicciones sociales
a partir de las cuales los colonizadores sacaron ventaja alienándose, por
ejemplo en el caso del estado inca, con “indios” que buscaban descabezar al
inca. Eso de que los colonizadores fueron un grupo que en inferioridad numérica
logró la hazaña de vencer a los ejércitos del inca es una leyenda formulada
para engrandecer y glorificar a un grupo que aprovechó en su favor los
conflictos “internos” entre los “indios”, pues la sociedad precolonial no fue
un mundo de armonía y hermandad, sin ningún tipo de contradicciones sociales.
Presentar el pasado “indígena”
como una sociedad perfecta, sin conflictos, sin dominación, sino como un
paraíso religioso o socialista es, en el mejor de los casos, echar humo sobre
procesos históricos mal comprendidos. Esta falsificación equiparable a la que
se hizo presentando las sociedades precoloniales como “salvajes” e
“incivilizados”, no se queda en lo que fue el pasado anterior a la colonización
sino que opera en cómo se “entiende” la vida de los “indígenas” en el presente
y así se cree que vivirían complementándose con la naturaleza aunque alguna
inundación o sequía; se cree que “viven bien” aunque muchos niños, por falta de
atención médica básica, mueran al poco tiempo de nacer o si sobreviven, sufran
de desnutrición. No tendrían contradicciones internas y así las diputas de
poder, por tenerlas ventajas de ocupar un cargo, ganar el “cariño” de algún
indiólogo para obtener financiamiento, la violencia dentro de las familias, son
cosas que no importan ya que supuestamente no tienen que ver con los verdaderos
“indígenas”. Se hace evidente que este tipo de ideas es una forma de evitar
enfrentar la vida real que viven quienes son considerados “indígenas”.
Pero además, y en
“complementariedad” con lo ya dicho, en las pachamamadas se presenta al
indígena actual sin “contaminación” de culturas “foráneas”, como un ser aislado
y desconectado del mundo. Pero los hechos desmienten tal creencia: entre los
aymaras no solo se puede percibir sectores que viajan a China por cuestiones de
comercio o que hacen cumbia “chicha”, en base a los huayños e instrumentos
“occidentales”; se puede percibir la capacidad de traducir las experiencias con
“otros” en danzas, la morenada por ejemplo, o los “cholets”, lo que es la expresión
de que no son seres aislados y desconectados del mundo, ni están empeñados en
“preservar” focalizada su cultura. Más aún. No son grupos en los que el capital
no tenga nada que ver e incluso las diferencias de clase entre éstos es algo
que no se puede esconder. Uno puede tomar en la feria 16 de Julio una cocacola
personal, en la que el precioestá indicado en 1 bs.mientrasquien vende esa
bebida lo hace en 1.50 bs. Lo que importa no es el “vivir bien” sino “ganar
bien”.
No es diferente lo qua pasa en
otros ámbitos de la vida “indígena” como en las relaciones de género. Aunque
los ingenuos crean que entre los indígenas no hay relaciones de dominación de
género, lo cierto es que por ejemplo, en herencias de tierra los hijos son
favorecidos en desmedro de las hijas. Los dirigentes varones suelen hacer, con
acoso sexual incluido, la vida imposible a las mujeres que se atreven a
disputarles los espacios de poder o que de hecho los desplazaron. La “justicia
comunitaria” es indiferente a estos problemas e incluso el vestir de pollera a
algún dirigente es considerado una humillación válida, lo que pone de
manifiesto que la condición de mujer es considerada inferior.
A partir de esos supuestos, a
partir de las pachamamdas, se cree correcto y se justifica la formación de los guetos
llamados “autonomías indígenas”, el apartheid “bueno” para preservar esa
maravillosa forma de vida, lo que en el fondo es racismo: excluir a los
indígenas y teniéndolos lejos de los mecanismos de poder que manejan quienes
los “reconocen” y humanitariamente les dan un lugar para “preservar” su
cultura. En los hechos prácticos es algo racista pero que parece ser un acto de
redención. Algo que parase ser un deber ético, “respetar la cultura indígena”,
es en realidad la consumación del racismo “amable”, pero efectivo. Mejor tener
a los indígenas en “su lugar”, cuidando la naturaleza, comunicándose con el
cosmos, así el lugar de quienes detentan el poder está a salvo.
La altisonante crítica
“anti-occidental” que acompaña a las pachamamdas es un griterío contra el
colonialismo que logra hacer pasar como desapercibido, que nubla el efecto
práctico que implica: anular políticamente a los “indios”. En tanto los
“indígenas” no afecten las relaciones de poder, son glorificados, se ensalza su
cultura, se busca preservarlos, se los coloca como quienes “salvaran a la
humanidad”. Muchos indígenas caen en este juego y ello responde a que siendo
grupos racializados, interiorizados, pasan de la indiferencia ante su situación
política, del desprecio por sí mismos y lo propio a idealizarse, a
autoengañarse como un inicio en la politización de su identidad. Creen que en
restablecer una supuesta armonía perdida, se imaginan un mundo sin el otro y su
maléfica cultura: un mundo sin occidentales ni occidentalismo.
A primera vista es una actitud es
muy radical, pero esto es falso, pues lo
que no logra es dar cuenta de lo fundamental y respecto a ellos mismo (a
nosotros): que quienes imaginan un mundo donde no haya occidentalismo ni
occidentales lo hacen a partir de una realidad presente que condicionan ese
tipo de imaginación. Entonces proyectan en el pasado desde el presente, desde
las relaciones de dominación que viven, un mundo donde uno de los factores de
esas relaciones estaría ausente. No pueden captar la relación de determinación
que hay entre la dominación blancoide y la formación de un mundo sin mal, sin
occidentales. Es decir que nuestra propia situación histórica, en la que
estamos relacionados con esos otros, es la condición desde la que se proyecta en
el pasado un mundo de armonía. Tratan de negar una realidad que no pueden
comprender y de la que son parte.
Pero esa forma de idealizar el
pasado es apenas una fase en la formación de una conciencia política entre
quienes han sufrido la racialización. Lo llamativo es que muchas instituciones,
organismos internacionales, indiólogos y otros, se han empeñado en mantener a
los “indígenas” en esa fase. Es esclarecedor que quienes defienden la comunidad
“indígena”, teorizan sobre ella, dan cursos y seminarios internacionales, lo
hacen desde una distancia “prudente” que les permite hacer fama y dinero sin
tener que vivir la vida que dicen defender. Mientras estos personajes “viven
bien” en nombre de ser defensores de “indígenas”, lo hacen en tanto condenan a
“salvar a la naturaleza” a sus defendidos a expensas de su propia existencia. Se
regocijan sintiendo que están cambiando el mundo: “yo respeto a los indígenas”,
“amo a la pachamama”, “me estoy indianizando”, etc.; en el fondo solo defienden
sus privilegios coloniales de casta dominante, encubriendo tal acto con las
pachamamadas, las que asumen ciegamente como certidumbre religiosa.
En general, las pachamamdas son,
como ya se dijo, un cuento, una mamada que disfrazada de algo propio busca
esterilizar la lucha de los “indios” entreteniéndolos en recuperar algo que
nunca hubo y así quienes tienen el poder están tranquilos si sufrir las
molestias de quienes deben “cuidar la naturaleza”. Puede decirse que las
pachamamadas son como un Caballo de Troya que impresiona y que logra ingresar a
nuestro campo pero que contiene una trampa que en nuestro descuido termina por
anular nuestras fuerzas de lucha. Pero además, cabe hacer mención a que la
pachamamadas se contiene en el pachamamismo, el posmodernismo con poncho y
aguayo, y que es explotado por los pachamamones para “vivir bien” y estafar a
los pachamamistas.
Si uno es parte de una familia en
la que, a pesar de todo el amor que pueda tenerle, hay problemas (violencia,
alcoholismo, etc.) no puede enfrentar esa situación engañándose y pintándose
una familia buena y angelical. Lo pertinente no es negar lo que pasa sino
asumir la situación para enfrentarla. Con las pachamamadas no podemos pensarnos
con seriedad y terminamos negando lo que debemos enfrentar. Deberíamos ser muy
cuidadosos con aquello que tiene “pinta” de ser nuestro, con aquello que en el
fondo nos niega y anula. Las pachamamadas no tienen que ver con nuestra
identidad sino con una falsificación que esteriliza nuestros potenciales de
lucha.

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