Lo cholo en el Perú y su contradicción con la diversidad cultural
Jesús Condo Quispe (Arequipa, Perú)
Introducción
Cholo, cholito, cholón... Estas y demás variantes suenan y resuenan en el habla coloquial de los peruanos; sin embargo, es necesario abordar el asunto desde la perspectiva del discurso, pues lo cholo alude a la mayoría de peruanos y está omnipresente en variados contextos comunicativos. El punto aquí es discutir si la exacerbación de lo cholo garantiza efectivamente la construcción de una sociedad emergente y armónica; esto considerando que el culto a lo cholo ha generado discursos subsiguientes, como la choledad, los cuales de todas maneras requieren su respectivo análisis porque son concepciones que surgen desde la lógica del mercado y desde referentes externos y occidentales.
Es preciso entonces construir y deconstruir narrativas acordes a las fuerzas emancipadoras que permitan visibilizar el surgimiento de otros discursos identitarios e identidades emergentes o alternas, y que hasta el momento se ven cubiertas con el ruidoso y hegemónico discurso de lo cholo y la choledad.
Lo cholo adquirió cierto prestigio con la canción más representativa de Luis Abanto Morales: “Cholo soy y no me compadezcas”. Abanto adaptó los versos del argentino Boris Elkin, y, aunque el ritmo de la música no es propiamente mestizo ni mucho menos andino, resulta ser el discurso de un provinciano cantando música criolla con guitarra y cajón. Los versos reivindicativos en su momento probablemente constituyeron el himno de muchas generaciones de migrantes que llegaban a la capital para insertarse en la vorágine de la vida citadina, blanca y acriollada.
La canción es muy conocida en el Perú y hasta la muerte de Abanto persistió el debate sobre su autoría.8 Al revisar la letra original, incluida en la publicación póstuma de Elkin9, notamos que Abanto efectivamente le hizo algunos cambios para musicalizarla, uno de los más resaltantes es que reemplazó la palabra “colla” por “cholo”. Este cambio, en realidad, es un primer indicio de ocultar lo ancestral por lo políticamente correcto, como se verá en el siguiente extracto:
No me compadezcas
ni me tengas lástima;
qu’esas son monedas
que no valen nada
y que dan los blancos
como quien da plata.
No me compadezcas
ni me tengas lástima;
nosotros los collas
no pedimos nada;
[…]
¿Dices que soy triste?
¡Qué quieres que haga!
¿No dicen ustedes
qu’el colla es sin alma,
qu’es como las piedras:
sin voz, sin palabras (Elkin, 1970, pp. 135-136) [Énfasis nuestro]
Decimos políticamente correcto porque, en Lima, resultaba chocante decir “indio”, por su carga peyorativa, entonces se prefería “cholo”. Eran los años de la reforma agraria y, en el campo, a los indígenas se les reivindicaba la tierra con la histórica frase: “¡Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza!”.10 De ahí que el discurso desembocara en dos vertientes: por un lado, al indígena se le dejó de llamar “indio” y se impuso el término políticamente correcto “campesino”; y por otro, en la urbe, prevaleció la otra denominación más versátil y menos despectiva, “cholo”. Pero, aquí cabe mencionar una aclaración dada por Aníbal Quijano (1980), quien refiere que, incluso al indio que llegaba a la ciudad y se insertaba en el irreversible proceso de aculturación, terminaban etiquetándolo como “cholo”.
Los medios de comunicación reforzaron el estereotipo del cholo. Había cholos para exhibir en el fútbol, la música y el espectáculo. Casi paralelamente a Abanto, se convirtieron en referentes mediáticos Tulio Loza, el Cholo Sotil, el Cholo Berrocal, entre otros.11 Pasó la década de los ochenta y en los años noventa vimos la proliferación de referentes cholos, pero en los que se reiteraba el estereotipo negativo, reforzando la visión despectiva del indio-cholo o india-chola a la que los medios llamaron “paisana”; así construyeron la imagen de la tristemente célebre Paisana Jacinta. Nuestras hermanas quechuas y aimaras tuvieron que manifestarse y movilizarse para terminar con la afrenta y el maltrato público que hacía este personaje del humorista Jorge Benavides a miles de mujeres que procedían del mundo andino.
El discurso de la choledad se fue construyendo con el afán de ver una sociedad armónica, emprendedora o moderna, acorde a la globalización y a la “bonanza” del modelo económico impuesto. La familiaridad de caras cholas en la televisión, en el Congreso y en el Palacio de Gobierno seguramente reforzó este discurso hasta trascender las fronteras del Perú; no obstante, este fenómeno amerita un análisis profundo desde diferentes puntos de vista, siendo uno de ellos el de la mirada del andino que busca reafirmarse y emanciparse.
La contradicción de la choledad
El choleo o cholear, según Walter Twanama (2008), es “la principal forma de discriminación y establecimiento de distancias y jerarquías entre los peruanos” (p. 104). Se trata de una compleja ecuación que determina las relaciones de acuerdo a cuatro factores concurrentes: rasgos físicos, estatus socioeconómico, manejo del castellano y rastros de acentos regionales. Es parte de esa vieja moral colonialista del doble discurso, de las apariencias y las formas, por ello concordamos con Guillermo Nugent (2012) cuando reconoce que estamos frente al escenario de la pigmentocracia.
La choledad inicia su recorrido a partir del planteamiento de Nugent (2012), quien refiere que la ciudad, en sus diversos procesos de migración, se configuró como un laberinto social en el que evoluciona la percepción del cholo y la choledad. Según Marco Avilés (2017), la choledad es ese sentimiento de ser cholo que a veces es feliz, un orgullo, pero que también puede ser trágico, una condena, para la gente que no quiere ser chola. La choledad entonces es ese indicio de toma de conciencia del cholo como lo anunciaba Quijano en los años ochenta. Sin embargo, asumir una identidad chola implica negar otras identidades. Precisamente, este discurso de reconocerse y valorarse o cuestionarse como cholo es lo que merece mayor estudio.
La choledad y sus promotores impulsan la idea de que en el Perú todos somos cholos. Lo que sucede es que en paralelo al discurso del mestizaje, la choledad refuerza la idea de que todos estamos mezclados, todos somos cholos y, como todos estamos mezclados, por lo tanto es vano tratar de diferenciarnos o reafirmarnos culturalmente. Los promotores de la choledad parecen combatir la exclusión afirmando que no existen razones para discriminar, pues todos somos “iguales”, dejando entrever la gran inconsistencia en el discurso, pues si todos fuésemos diferentes, entonces ¿se justificaría la discriminación?
Albergar un discurso en el que asumimos que “todos estamos mezclados” implica que ya no es necesaria la diversidad o pluralidad, por ende, será natural legitimar actos de estandarización u homogenización cultural. Para qué tanta variedad dirán algunos, hagamos realidad al peruano modelo, al “cholo power” como sueñan otros.
Desde esta perspectiva, el discurso de la choledad colisiona con el ideal de la pluralidad étnica y la diversidad cultural, es contraproducente con la ciudadanía democrática y con la esencia misma de la cultura andina, que cría y acoge la diversidad. Además, conforme avancen las acciones de reafirmación y las políticas de inclusión e interculturalidad, el término “cholo” puede quedar obsoleto o reducido a un aspecto marginal.
Del cholo clásico al cholo burgués
Una de las primeras investigaciones acerca de lo cholo en el Perú la realizó Aníbal Quijano en 1980.12 Posteriormente, Nugent en 1992 publica un profundo trabajo sobre el tema y acuña el neologismo que ya hemos abordado y que es digno de ser considerado una categoría de estudio: la choledad.13 Así, entre Quijano y Nugent podemos marcar dos hitos iniciales respecto a los estudios de la choledad.
Entre octubre de 2006 y abril de 2008 surge otro importante punto de análisis, los populares coloquios Lo cholo en el Perú14, los cuales, con sus agudas y eruditas reflexiones, motivaron importantes e inspiradores debates. Las ilusiones de que estos eventos fueran el semillero de lo que Quijano anunciaba en los años ochenta, es decir, que el cholo hiciera conciencia de su condición y su rol de clase emergente en la sociedad peruana de transición y se convirtiera en un agente de cambio y desarrollo del Perú mestizo, quedaron pendientes. Como indica Hugo Neira (2009), en dichos coloquios “hubo mucho de autoafirmación pero simultáneamente fue ágora de protesta, de rabia y de humor corrosivo” (pp. 162-163).
Posteriormente aparece otro referente de los estudios de la choledad, hablamos de las publicaciones de Marco Avilés15, quien muestra que el fenómeno de la choledad trasciende las fronteras y constituye un elemento crucial de los cambios sociales que se producen en el Perú; no obstante, el panorama queda corto porque en este país no solo hay cholos, también hay afrodescendientes, quechuas, aimaras, shipibos, asháninkas… En fin, empaquetar la rica diversidad cultural y lingüística del Perú en una palabra que sigue sonando a insulto parece contraproducente; además, reducir al peruano a la categoría de “cholo” desvía la atención de las importantes luchas que las comunidades originarias o campesinas vienen emprendiendo por la defensa de sus derechos originarios y los recursos naturales.
Aquí es relevante mencionar otro factor: el económico, en el que intervienen los grupos de poder, para los cuales sin duda el dinero emancipa. Tal es así que los políticos exhiben las bondades del modelo económico enarbolando al cholo como el ideal del peruano emergente y emprendedor. Indudablemente, hay muchos ejemplos de éxito de provincianos conquistando la capital, y los medios se encargaron de mostrarlos y promocionarlos16; pero el fenómeno de lo cholo no se puede reducir solo a lo monetario.
El desencanto de la choledad feliz
En pleno auge de la choledad, Luis Calderón Moncloa hizo incisivas críticas a la ideología del “cholo barato” promovida por los grupos de poder, a los que cuestiona por ser élites incapaces que no pudieron desarrollar al Perú y que prefieren mantener el statu quo del cholo barato para justificar su incompetencia.17 Efectivamente, Calderón muestra una ideología que promueve una choledad, pero del subdesarrollo y la mediocridad dentro de una cadena de explotación y abuso a escala mundial.18 Esto se puede apreciar en la actualidad, pues el impacto económico de la pandemia en las grandes ciudades y el encierro o confinamiento obligaron a miles de provincianos a retornar a sus pueblos. Han quedado registradas impactantes imágenes de éxodos masivos, de familias enteras volviendo a sus lugares de origen. La fuga fue incontenible.
Otro aspecto inquietante en este panorama crepuscular de la choledad fueron las últimas elecciones presidenciales peruanas, con su segunda vuelta entre los candidatos Pedro Castillo y Keiko Fujimori. La polarización entre los defensores del modelo y la irrupción de ese Perú “profundo y distante”, que se materializa en Castillo, es un escenario muy complejo, pero que permite observar el desencanto de todo lo que parecía ser prometedor. Hay una profunda desilusión de las provincias frente a los políticos que asumieron el liderazgo, la corrupción generalizada, la crisis de valores y obviamente el modelo económico que no ha sido justo con ellos.
Yo soy quechua, no soy tu cholo
Lo que sucede es que el discurso de la choledad ha llegado a las provincias y al ser progresivamente hegemónico se impondrá en la realidad como un manto que lo podría cubrir todo. Se impondrá en ese Perú profundo, por lo menos en el sur peruano, que viene impulsando una legendaria lucha emancipatoria y un legítimo afán de valorarse y reafirmarse. Aunque, vale aclarar, es un conflicto que no se reduce al campo o al ámbito rural solamente.
En la tarea educativa, el asunto aún no se aborda en su profundidad; sin embargo, se vienen implementando persistentes políticas de inclusión e interculturalidad. En efecto, falta ese diálogo de saberes, pero también falta escuchar la voz de los otros peruanos excluidos y alejados de las políticas y los discursos. Es momento de prestarles atención, no hay que oír solo a los que trajinan en las ruidosas calles de la megalópolis. El Perú no es únicamente Lima, el Perú son cinco mil años de historia, el Perú lo constituimos 55 pueblos originarios, 48 lenguas originarias, incluyendo, hasta el momento, a los afrodescendientes y los descendientes de chinos, sin relegar a los llegados de Japón, Austria, Venezuela y otras latitudes.
Los nuevos rumbos de la poscholedad
Lo cholo tiene que ceder paso a lo quechua, lo colla, lo chanka, lo k’ana, lo huanca, lo ch’umpiwillka, lo asháninka, lo shipibo, etc. La choledad no se puede arrogar la representatividad del Perú, el horizonte es amplio y no se reduce a la ambigua condición del cholo en la ciudad. Es justo y necesario buscar una auténtica afirmación social y cultural, superando los atavismos. Sin duda no será definitiva, siempre existirán otras posibilidades de construirse y reafirmarse, pero hoy, en un contexto globalizante, aquello esquivo, camaleónico y tránsfuga es muy común. Si queremos auténticas sociedades emancipadas, asumamos el reto de ser uno mismo, dejando atrás las formas y apariencias. Mostrémonos como realmente somos.
Referencias
Avilés, M. (2016). De dónde venimos los cholos. Lima, Perú: Seix Barral.
Avilés, M. (2017). No soy tu cholo. Lima, Perú: Debate.
Bedoya, S. (Coord. y comp.). (2009). Coloquio Lo cholo en el Perú. Visiones de la modernidad desde lo cholo. Lima, Perú: Biblioteca Nacional del Perú.
Calderón, L. F. (2 de noviembre de 2011). La ideología del “cholo barato”. Conexión Esan. Recuperado de https://www.esan.edu.pe/conexion/actualidad/2011/11/02/la-ideologia-del-cholo-barato/
Elkin, B. (1970) Charqueando. Poesías y cuentos camperos. Buenos Aires, Argentina: Anei.
Emprende y aprende. (21 de mayo de 2014). El cholo barato - Luis Calderón Moncloa [Video]. YouTube. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=_R-YnpshuOE
Mayo Group. (15 de febrero de 2016). Cholo Soy - Mibanco [Video]. YouTube. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=JbVqnPU70Aw
Neira, H. (2009). Colofón y después. En S. Bedoya (Coord. y comp.), Coloquio Lo cholo en el Perú. Visiones de la modernidad desde lo cholo (pp. 155-166). Lima, Perú: Biblioteca Nacional del Perú.
Nugent, G. (2012). El laberinto de la choledad. Páginas para entender la desigualdad. Lima, Perú: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
Quijano, A. (1980). Dominación y cultura. Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú. Lima, Perú: Mosca Azul.
Twanama, W. (2008). Racismo peruano, ni calco ni copia. Revista Quehacer, (170), 103-111.

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