Hijos del Tawantinsuyo: Los Raperos Aymaras


Miguel Angel Deviamarzo 
El Alto es la ciudad más joven de Bolivia y, a la vez, la de mayor población indígena. Allí surgió un movimiento musical que decidió mezclar sus costumbres aymaras con el hip hop. Se trata de Waynarap, el colectivo musical que nos sirvió de guía turístico en esta ciudad.

Arriba del escenario, Roberto Quisbert deja de ser un comerciante retraído y a medida que se toca la entrepierna por sobre el bluyín y mueve su cuerpo como un boxeador que pelea solo, aflora Raza Insana, el líder de Waynarap, el primer clan de hip hop aymara de la ciudad boliviana de El Alto, cerca de La Paz. La primera banda rapera aymara del planeta, claro.

Raza Insana usa un pantalón en que, fácil, entrarían tres personas; un polerón de los Seattle Mariners y un gorro de alpaca típico del altiplano. Los Waynarap cantan en una plaza pública sus letras. Quisbert agita la mano y la lleva a su entrepierna mientras rapea:

“Sin descanso pasan los días/ nacido en Bolivia, alteño de corazón/ Insano presentando cuesta arriba/ Jutam acaru/ Tanta sarañani/ Pachamama, está es la cama/ Atravesando las montañas, el viento viene y va”.

Entre el público resalta resalta la figura redonda de una chola que carga a su hijo en una manta amarrada a la espalda. Mira extrañada la escena y sonríe con picardía cada vez que el Eminem alteño se acaricia la ingle.

Antes que termine la canción, sube al escenario Grover Canaviri, que saluda al público, Camisatassa, prende su micrófono y desembolsa unas rimas en aymara:

-Arsañawui, turiñani macuru/ atipañani acascanquilla.

Canaviri se mueve como si tuviera un pie atornillado al piso. Mente Insana le hace los coros y algunos jóvenes del público tratan de bailar breakdance, en una lona embarrada por la llovizna.

Canaviri es Raza Clandestina. Dos miembros más del grupo se suben al escenario: son los que faltan, Rafael Condori y Rolando Cazas. Ambos de origen Aymara y, aunque vistan ropa de clubes deportivos estadounidenses, aseguran estar orgullosos de su nexo con la Pachamama y los Achachilas, dioses andinos estos últimos difíciles de traducir al catolicismo.

Los cuatro jóvenes alternan rapeando mientas la lluvia persiste en aguarles la fiesta. Son cerca de las 8 de la noche y entre el público solo quedan jóvenes de rasgos indígenas y de vestimenta típica de la cultura hip hop. La plaza pública está mal iluminada y el grupo ha tenido problemas con el sonido.

“Con la lluvia difícil se hace revisar las conexiones”, explica Quisbert mientras dos de sus compañeros intentan un duelo de rimas difícil de seguir, pues mezclan aymara con español.

Los comidillos del altiplano dicen que Quisbert, segundo apellido de Carlos Mesa, es una transformación hispanizada del incaico Quispe. La discriminación y la vergüenza alienta el cambio de nombre. Pero este Quisbert, el rapero, no sabe nada de eso. Que pueda ser cierto, le da rabia. Su chapa de “Raza Insana” es lo contrario: un homenaje a sus raíces porque cree que hay que estar algo loco para hacerlo siendo joven (llocalla).

-Nosotros nos sentimos orgullosos de nuestro origen, somos indígenas y no nos importa que nos miren mal por no ser blancos. Prefiero estar consciente de mis antepasados, antes que ser un k’ara sin identidad.-explica.

Aunque en aymara hoy k’ara viene a ser algo así como gringo, en el original servía para designar a alguien que no tiene tierra. Los Waynarap se enorgullecen de tenerla.



Ciudad india

En marzo pasado, El Alto cumplió 32 años. Antes era un barrio marginal de La Paz en el que vivía la mayoría de obreros, empleadas de servicio, chóferes y albañiles de la sede de gobierno. En su mayoría inmigrantes del campo o de las quebradas minas estatales. En el censo de 2001, más del 80% de los 900.000 habitantes de la ciudad se proclamó indígena.

A la entrada de la ciudad –que aloja el aeropuerto internacional y la única vía de ingreso terrestre a La Paz- hay un cartel que dice: “El Alto no es un problema para Bolivia, es la solución”. La ciudad se ha transformado en La Meca del indigenismo y allí Evo Morales tiene el más alto porcentaje de aprobación: entre el 85 y el 90% según los últimos sondeos. En algunos muros está inscrito con graffiti: “Evo = Dios”.

“El Alto amanece abanderado con crespones negros de lado a lado / por la sangre derramada / el luto carcome mi símbolo / llora mi tricolor / wiphala / a mi pueblo le han metido bala / disparando con gases y balines a las demandas de la gente / armando mítines / estamos motines / armando barricadas / estribillos manifestamos / sin darse cuenta entre hermanos nos matamos…”, escribieron los Wayna respecto a lo que en las calles de El Alto es hoy una gesta heroica: la Guerra del gas.

-Hemos estado en las calles peleando por el gas, yo he visto a un soldado que se negó a disparar contra nosotros y su jefe, capitán o qué sería, le ha disparado por desobedecer -recuerda Condori de ese tiempo.

Igual que los movimientos raperos de cualquier parte del mundo, este tiene un sentido urbano. Es por eso que nos invitan a caminar la ciudad. El recorrido con ellos parte en la feria 16 de julio, la más importante de El Alto. Son calles de comercio infinitas donde, entre otras cosas, se venden garrafas de gas, revólveres oxidados, frutas y verduras, carne de llama, res o cerdo (quizás también de perro y gato), ropa (nueva y usada), electrodomésticos (nuevos, usados y robados), autos, repuestos, mujeres, cocaína (dicen), zapatos, animales.

-Acá la mayoría de las personas viven del comercio. Mi familia es comerciante y la de varios de nosotros también –explica Quisbert.

En la feria está la calle de Los Brujos. Allí, dice Raza Insana, tiene que ir cualquiera que quiera emprender algo. Todo requiere de una ofrenda a la Pachamama, una ch’lla. Por eso es que se venden tantos amuletos, inciensos, perfumes y animales muertos. Los fetos de llama valen 18 bolivianos; las ranas disecadas, 5. Aunque los dos sirven para ofrendas, el vendedor insiste que a la Pachamama le gustan más los fetos, que uno por tacaño puede hacer que ella se enoje y perderlo todo. ‘Bonito es, llevate caballero’, dice con un feto de llama en la mano.

Su dentadura, o lo que queda de esta, molares en su mayoría, tiene un color pastoso, es el verde oscuro de la hoja sagrada. La coca que masca y acomoda en un cachete, le quita el hambre y de paso le tumba los dientes. Él asegura poder leer el futuro en ella. Pagando, claro está.

Entre la multitud, una mujer empuja una carretilla con una pila de cuis asados que asoman blanca su dentadura, como si hubieran muerto de risa.

En la ciudad más pobre del país más pobre de Sudamérica el oxígeno es escaso. Los cuatro mil metros de altura a los que se incrusta El Alto sobre el espinazo de los Andes hacen que respirar sea un proceso difícil; a pesar del penetrante olor a fritanga que flota en el ambiente, el estomago prefiere no recibir comida, un té basta para sentirse lleno y sin ganas de moverse, imperturbable ante los cientos, miles, de platos de comida que recorren el mercado montados sobre bandejas de mujeres que gritan Lleve caballero lleve, sabroso está!.

-Para el sorojchi lo mejor es tomar un mate de coca -sugiere Quisbert para al forastero.

Según los raperos, de madrugada el mercado ofrece cosas robadas y contrabando, la mayoría de Chile. “Dicen que en la frontera cambian droga por mercancía”, explica Condori. Un vendedor de ropa lo corrobora. “Peligroso es, hasta autos robados lo traen de Chile”. Esta inversa forma de construcción gramatical corresponde a que en quechua y en aymara el adjetivo siempre va antes que el verbo. ¡Bonito es!

Entre el griterío de los comerciantes ambulantes, resuena desde una venta de discos piratas, como banda sonora del colorido mercado, Imillitay, un tema de los Kjarkas: “Mulluspa, mulluspa imillitay”, dice un estribillo que en español podría traducirse como “Perrea, mami, perrea”. Los Kjarkas, como varios grupos nacionales, han sido víctima del plagio. En su caso fue por el tema Llorando Se fue, popularizado como la Lambada, el hit más sonado y vendido de 1991. Como sucede al país con los recursos naturales, Los Kjarkas sólo recibieron un porcentaje mínimo del que recibió el grupo que robó la canción. El disco pirata de este y miles de grupos más vale cuatro bolivianos.

-Nosotros estamos a favor de la piratería, en varios puestos lo venden nuestro disco y eso está bien, no puedes pedir por un disco original más de lo que gana alguien en una semana de trabajo.- cuenta Quisbert, que se acerca al puesto a preguntar por su música. No lo tienen.

Bajando por el mercado, están las casetas de los Yatíris, los curas aymaras que leen la suerte y bendicen objetos. Unos dicen leer la suerte en plomo. Primero lo derriten y hacen que el cliente lo enfríe arrojándolo en un balde de agua, explican los raperos. Al sacar la figura solidificada, el brujo le rosea un chorro de alcohol puro, se aplica uno a sí mismo, otro a su cliente, otro al piso para la Pachamama y, finalmente, toma un trago seco. ¡Salud!. Después de tres clientes, tres tragos de alcohol puro, el brujo ve el futuro y más allá.

-Este tipo de cosas identifica a Bolivia y a El Alto, ningún otro lugar del mundo tiene esto, y nosotros, en lugar de avergonzarnos como era antes, tratamos de rescatar estas tradiciones.- Dice Quisbert mientras Condori toma un cucharón repleto de plomo derretido y lo vuelca en una olla con agua.

Más allá está la feria de las Alacitas, en la plaza 6 de agosto del barrio Sagrado Corazón de Jesús. Todos los años, a partir del 24 de enero, se hace en honor a la virgen de Nuestra Señora de la Paz, por el lado católico, y en conmemoración del solsticio de verano, por el lado indígena.

Los Wayna terminan el tour por el mercado. Sugieren partir a una casa, a escuchar música. Al lado del bus que sube por las calles, una mujer que vende anticuchos enciende su parrilla. Coloca el carbón alrededor de una botella plástica que rosea con combustible y luego tira un fósforo. Bum. Anticucho sazonado con polipropileno a tres bolivianos.

– A esos se les dice los anticuchos muerte lenta- explica uno de los raperos.

– Y a las hamburguesas de la calle se les dice las ‘maderfockerkillers’.- acota uno de sus compañeros.

“Si te ofrecen queso, vos dile que no”, advierte otro de la familia lírica aymara mientras nos acercamos a la casa de Quisbert. Queso, explica, es coca, y coca, acá, es cocaína. “Ahora hay hasta laboratorios en la ciudad”.



Waynarap Crew

A antes de llegar al estudio de grabación en la casa de Quisbert, tenemos que atravesar cinco puertas, un patio interno y trepar una escalera. “Varias familias vivimos acá”, explica el anfitrión.

Su estudio es una pieza con un escritorio, un computador y tres micrófonos. Las paredes están cubiertas por afiches de grupos tan distintos como Korn y Tupak, 50 Cent y EvanEscense, Metallica y Tupay, Nirvana y Los Kjarkas. Cierra el espacio un sillón de paja repleto de ropa y una plancha desconectada.

Insano prende su computador y pone a andar su música, presenta al grupo con la que debe ser su canción bandera, su caballito de batalla, el himno de Waynarap: Hijos del Tawantinsuyo (Nombre del extinto imperio incaico).

“Del tawantinsuyo somos los hijos/ somos latinos, indios, negros, mestizos/ hoy vivimos cambios, complicaciones/ cómo no si somos hijos de violaciones/ Imaishuti Kanki yo soy micrófono/ Del imperio Inca quedan miles de guerreros/ Una nueva invasión hace tiempo que ya empezó” La base de las rimas es un viento de quena acompañado de un charango que se mezcla con los fondos tradicionales del hip hop.

A través de la ventana de la pieza se ven imponentes un par de montañas nevadas de la cordillera. Son Wayna Potosí y Chacaltaya, la pista de esquí más alta del mundo.

-¿Ustedes pelearían por defender este gobierno en cualquier caso?

-Claro.- Dicen los cuatro, cada uno a su vez, en un coro de efecto dominó.

-Ya lo hacemos, con un micrófono, nuestro fusil es.-Dice con la dentadura al aire, Canaviri, Raza Clandestina. Cuenta él que su rap ha estado presente en distintos actos de festejo de los logros del gobierno de Morales, como la nacionalización de los hidrocarburos y la expulsión de la empresa que administraba el suministro del agua en El Alto. “Siempre nos invitan a cantar”.

Jichaw arsuñari jayaya Evo, rapea amplificándose con una mano en la boca. Sus tres amigos, responden al inconfundible llamado de la selva musical, y le hacen una base con ruidos guturales: jichaw arsuñari jayaya Evo. “Ahora gritaremos viva Evo”, me traduce el más callado del grupo, Cazas de apellido.

“Incluso hemos estado en Venezuela, en un festival de hip hop marginal, el Chávez nos ha invitado”, cuenta Canaviri con un tono que mezcla seriedad y burla.

El origen del grupo se remonta al programa El rincón callejero de la radio de Wayna Tambo, la Casa Juvenil de las Culturas en El Alto. Según explican, trataba de rescatar la singularidad andina para interesar a los jóvenes de El Alto en la política, en las luchas sociales y la en la reivindicación de su cultura. Pues el proceso de migración campo ciudad amenazaba con acabar con las costumbres aymaras.

-¿Qué es Waynarap?

– Básicamente somos un grupo de jóvenes de origen aymara, metidos en la música, en el arte urbano y callejero, en el hip hop con un contenido social y muy orgullosos de nuestras raíces.

Mientras Rafael Condori responde, sus amigos ensayan un rap con el micrófono. “El Alto de pie, nunca de rodillas/ Lucha y fuerza de raza andina”

-¿Cómo surge la idea de hacer hip hop?

-Todo esto es porque siempre nos ha gustado la música, como cualquier grupo, hemos compartido gustos y el rap nos unió.

Desde esta casa hay una vista panorámica de la ciudad en la que resaltan por sobre las construcciones de ladrillo de huecos sin pintar, los campanarios de decenas, cientos de iglesias católicas.

– Yo creo en Dios, pero hasta ahicito no más.- Cuenta Quisbert. Según él, la ciudad ha sufrido un acelerado proceso de evangelización por parte de curas extranjeros.

– Pero lo nuestro nunca se ha olvidado. La gente entra a rezar pero sigue creyendo en la pachamama, los achachilas. Siguen haciendo ch’allas y w’ajtas.- Agrega Canaviri.

-Y ustedes, ¿cómo prefieren a las mujeres? ¿Con o sin pollera?

-Con pollera, claro, pero que se la dejen sacar…yaaaa!.- Contesta Canaviri. Luego explica que le da lo mismo, que él gusta de lo autóctono, pero discriminar lo que no es aymara sería lo mismo contra lo que ellos luchan.

– Mucha gente cree que ser aymara es no saber leer, no tener celular, no hablar con los que no son indígenas y no escuchar otra música que no sea la nuestra, y así no es pues.- Agrega Condori.

Luego del preámbulo, desempacan los micrófonos y comienzan a improvisar. “Representando El Alto, Wayna Rap viene con todo su flow…”

Pasan la mañana cantando, componiendo, escuchándose unos a otros. La tarde hay que trabajar.

“Esto nos gusta, lo hacemos por gusto, pero igualito no más tenemos que salir a laburar para ayudar en nuestras casas”, dice Men-t Likida en una pausa.

Cuando salimos de su casa anochece en la capital aymara de Bolivia. Abajo, en el árido valle de La Paz, la ‘ollada’ como le dicen los alteños, brillan las luces de la sede de gobierno como un derrocado árbol de navidad. De noche, desde la altura de El Alto, la pobreza boliviana se convierte en lucecitas de colores, en luciérnagas blancas, rojas, amarillas y azules. En estrellas.

El grupo de raperos se despide y sube a un minibús.

– Esto es El Alto.- Dice Quisbert desde la ventana mientas el ayudante del chofer grita el recorrido y el vehículo se pierde, lentamente, en la noche del altiplano.

Uno de los miles de radios de los puestos de fritanga o de ropa, de empanadas o juguetes chinos, grita en tono de quena “El Alto, capital andina del encanto, Jayaya maipacha, jayaya Bolivia”.

Fuente: https://www.malsalvaje.com/2018/03/22/hijos-del-tawantinsuyo-los-raperos-aymaras/

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