“¡Cómo es, choco!”
Carlos Macusaya
Desde hace un tiempo me ha
llamado la atención que varias personas usen la frase “Cómo es, choco”. Pero la
primera vez que la oí fue hace varios años atrás, cuando “waynaba” en las
calles. Eran inicios del siglo XXI, si mal no recuerdo, el año 2000 (o un poco
antes). En las reuniones que solíamos tener entre un grupo de amigos, en una
ladera de la ciudad, había uno que estando “chino” solía saludar así: “Cómo es,
choco… Choco, yaaaa!” y terminaba con una pequeña risa burlona. Su apodo (“su
chapa”) era “Rolo” y su entonces peculiar saludo era una forma de burlarse de
quien era saludado de esa manera.
La cosa era así: le decía choco a
alguien que era moreno (un “no blancón”), es decir que no era choco, pero se lo
decía precisamente porque era una forma de señalar lo que no era. El saludo tenía
tres partes: la primera, “Cómo es choco”, causaba extrañase porque entre
nosotros no habían chocos (bueno, uno que otro en alguna ocasión); pero la
segunda parte completaba el sentido burlón: “Choco, yaaa!”; y la tercera, la
risa, remataba el sentido del saludo. Cuando se usa el “yaaa!” en La Paz (herencia
de las “cholitas” aymaras en la ciudad) tiene que ver en unos casos con la
burla, como cuando alguien “se rayaba”: “yaaa! bien rayón”; pero también se
usaba en situaciones en las que se buscaba ser sarcástico, como cuando alguien
decía a una muchacha, tratando de “abrírselo cancha” para un amigo, “mi cuate
es fiel” y ella respondía casi de inmediato: “fiel, yaaa!” y luego reía un poco.
“Como es, choco… Choco, yaaa!”
era un saludo que contenía una burla racista entre “no chocos”. El “Rolo” no
era choco, era como la mayoría de quienes éramos amigos entonces, hijo de
migrantes aymaras. Pero siempre era más fácil señalar que un otro no era choco que
asumir explícitamente que uno mismo no lo era. Además, tuvimos un lenguaje en
el que la palabra choco, desde mucho antes, era usada comúnmente para refreírse
a miembros de otros grupos, buscando caracterizarlo por su apariencia física,
pues ello suponía “algo” para nosotros.
Por ejemplo, cuando alguno había
ido al programa Sábados Populares a presenciar el concurso de baile
directamente (y no solo por tv) o a concursar en él, solía llegar comentando
sobre la participación de tal o cual grupo, resaltando en ello que habían
grupos de chocos, es decir de personas de piel clara o “blancones”. De hecho,
se valoraba muy positivamente de que un grupo sea de “puros chocos” o de haber
bailado en “grupos de chocos”. Si bien en el uso cotidiano de esta palabra se
suele aludir al cabello rubio (teñido en muchos casos), en los grupos de baile
se aludía también a la tez clara de la piel, así que los “chocos” podían no
tener pelo “choco” pero se veían chocos o “medio chocos” de piel.
Nosotros valorábamos a las
personas por su color de piel, por su pinta, pero también éramos valorados de
esa manera. Aunque nunca hablamos explícitamente de racismo, “solo” lo
practicábamos muy naturalmente y en ello identificar a otros como “chocos” era
una forma de señalar un estatus social por encima del nuestro y con el que
teníamos aspiraciones de lograr algún tipo de vínculo. De hecho, tener amigos
“chocos” (y/o “parar en el centro”) era algo para presumir a la vez de que el
no ser choco podía ser motivo de burla en muy variadas circunstancias y de
distintas maneras.
Por ello no debería extrañar que el
“Rolo” saludara de ese modo, pues tenía que ver con un sentido racista asumido
no solo entre mis amigos sino entre muchos jóvenes de esos años. Pero antes de
oírselo decir al “Rolo” no había escuchado esa frase o esa forma de saludar a
otras personas y por aquellos tiempos uno se la pasaba deambulando por la
ciudad, muchas veces de un extremo a otro, intercambiando música (de los
géneros que se bailaban por entonces y que se popularizaron con el concurso de
Sábados Populares).
Cuando me fui metiendo
explícitamente en cuestiones indianistas (desde mi lectura del Tawantinsuyu de “Wankar” Reynaga el 2003
y posteriormente pasando por la Plaza de los Héroes) fui dejando paulatinamente
“la joda” y también iba olvidado aquella peculiar forma de saludar. Empero, hoy
por hoy oigo de vez en cuando: “Como es choco (sin lo que fuera su complemento en
sus inicios, “Choco, yaaa!”, ni la risa que le seguía). De hecho, un par de
veces me han saludado así, aunque quienes lo hicieron hubieran sido
considerados por el “Rolo” y por mis demás amigos de aquellos años como
“verdaderos chocos”. Ósea que esa forma de saludar ha sido adoptada también por
personas de otros grupos sociales, de “grupos chocos”. Me surgió la pregunta de
¿cómo se difundió? Tal vez como el “yaaa!” de los paceños, que antes era
identificado con las indias (recuerdo que de niño oí decir a una “señorita” a
otra “señorita” –como les decía mi mama, yo las recuerdo como jaylonas–, cuando
una de ellas había dicho levemente “yaaa!”: “no seas india”) y ahora parece ser
incluso un patrimonio de jaylones.
Lo cierto es que el “Rolo” era un
tipo bien charlador, así amigos aquí y allá. Tenía “cuates” en distintos
barrios de la ciudad y cuando no estaba en nuestras jodas estaba en las de
otras zonas. Además, entre nosotros había muchachos que habían asumido esa
forma de saludar y que debes en cuando trabajaban de ayudantes de minibús en
las líneas que iban a la zona sur (porque en esas líneas pagaban más). Después
de un tiempo era ya normal oír a algunos ayudantes y choferes de minibús
saludarse así: “¡Cómo es, choco!”. Incluso otros grupos (que los veíamos como
rivales) habían adoptado el mismo saludo y ya era parte del lenguaje callejero de
entonces, por lo menos en los espacios en los que yo me desenvolvía
cotidianamente; también se usaba el diminutivo “choquito” (lo que me recuerda a
que muchos prefieren decir “cholita” que “chola) pero, en definitiva, se había
convertido en parte del “lenguaje popular”.
Recuerdo que cuando estábamos con
algún amigo de un grupo de baile de “blancones”, un “choco”, el “Rolo” llegaba
y nos saludaba a cada uno como ya era su costumbre: “¡Cómo es, choco!”. Cuando
saludaba de esa forma al “choco verdadero” todos “nos cagábamos de risa” porque
era gracioso para nosotros que esa frase, usada sarcásticamente con “no
chocos”, se la diga a un “verdadero choco”. Hoy, cuando veo a algunas de las
personas que en esos años considerábamos “chocos” no se ven tan chocos que
digamos. Cuando el espacio social en el que uno se desenvuelve es reducido, las
pequeñas diferencias de tono de piel pueden ser extremos que en un espacio
social más amplio serían apenas matices.
Cuando el saludo de “Cómo es,
choco” hizo su aparición (por lo menos hasta donde sé), en una ladera de La
Paz, cerca de Villa Fátima, muchos de mis amigos lo adoptaron pero no fue mi
caso. Si bien era gracioso oír que a alguien se lo salude así, a mí me incomodaba
usar ese miso saludo pero no podía clarificar eso en una idea. Con los bloqueos
aymaras del 2000 y 2001 el tema de las raíces, el origen, etc., se convirtieron
en algo a problematizarse para mí. Claro que esa problematización se hacía sin
guías, a punta de tropezones e intuiciones, sin profesores y relacionado
hechos, por ejemplo, con ciertos pasajes de la ya entonces muy famosa película
“Sangre por Sangre”. Uno pensaba, muy precariamente, sin claridad y con más
sentimientos que argumentos: si los chicanos reivindicaban su color de piel y sus
raíces aztecas, ¿por qué nosotros no podíamos reivindicar nuestra piel y
nuestras raíces aymaras? Pero la tendencia era que quienes habían visto esa
película, “chocos y no chocos”, buscaban, con un lenguaje chicano,
“blanquearse” y diferenciarse lo más posible de los “t’aras”.
En un par de años y en la
búsqueda de referencias y referentes me fui distanciando de los espacios en los
que surgió el “Como es, choco” y el ser saludado con tal frase una par de
veces, no hace mucho, me ha recodado varias experiencias que viví entre amigos
que anduvimos por las calles “haciendo joda”. Eran tiempos de “tumusleños” y de
“tapados”, de ir a La Garita, de calmar el hambre entre “carnales” compartiendo
algo de comer o de reír a carcajadas ante una broma sin preocuparnos por el
futuro. Pero también eran tiempos en los que era normal discriminarnos “entre
nosotros” y no podíamos asumir que en todo eso había racismo. Sin embargo, esa
frase hoy ya no tiene el senito burlón con el que nació, o por lo menos esa es
mi impresión.
Publicar un comentario
1 Comentarios
Excelente blog, deberías abrir uno en facebook, o si lo tienes etiquetalo, saludos
ResponderEliminar