“El Coraje del Pueblo” y la memoria de la Masacre de San Juan



Kim Young-Hyun Inti

“El Coraje del Pueblo,” producido por el Grupo Ukamau en 1971, construye una memoria de la lucha de los mineros que violentamente chocaron con el régimen militar de René Barrientos Ortuño (1964-1969) que fue culpable de “la Masacre de la Noche de San Juan” en 1967. Para que se articulara explícitamente la memoria popular de la Masacre, el Grupo Ukamau escribió el guion de la película en colaboración con los mineros y los sobrevivientes de la masacre militar, quienes volvieron a poner en escena “su sobrevivencia.” La película contiene testimonios de los sobrevivientes que añaden una dimensión personal a la formación de la memoria de 1967. Diferentes individuos hablan como participantes de la lucha popular por la reivindicación nacional encabezada por los mineros. Sus voces individuales son parte de la “experiencia colectiva” articulada como una narrativa política filmada de un movimiento revolucionario del pueblo.
En su primera secuencia, “El Coraje del Pueblo” gráficamente muestra la masacre sangrienta en Catavi en diciembre de 1942. Una multitud de mujeres, niños y varones de las minas Catavi y Siglo XX – los dos campos mineros más grandes de Simón Patiño – marchan a través del terreno altiplánico con rabia contra Patiño, el imperialismo yanqui-gringo y el gobierno de Enrique Peñaranda (1940-1943). Una mujer, quien aparentemente representa María Barzola (recordada como una heroína de la lucha de 1942), lidera a sus compañeras/os que gritan, “¡Viva la clase trabajadora!” “¡Muera Patiño!” “¡Mueran gringos!” “¡Muera Peñaranda!” “¡No queremos morirse de hambre!” “¡Mueran los soldados que matan a los mineros!”
Los soldados ya son posicionados para disparar a los mineros. Como los soldados disparan las bazucas, las ametralladoras y otras armas de fuego, los marchadores en la primera línea de las manifestaciones caen de inmediato. Unos huyen mientras otros lloran por sus hermanas/os que han caído. La masacre continua y más mineros son baleados. Los soldados matan a tiros a aquellos que tratan de llevar los cuerpos de los mineros caídos.
La masacre causa gran furia e inaguantable dolor. La violencia militar bárbara profundamente hirió al cuerpo colectivo del pueblo. La multitud de los mineros gime y agoniza por las muertes de sus hermanas/os y compañeras/os. El paisaje andino ensangrentado por la brutalidad militar está lleno de ira y tristeza de los sobrevivientes. Los soldados transportan los cadáveres de los mineros masacrados en un camión. Luego los cadáveres son arrojados en una gran posa como si sean basuras.
La masacre de Catavi, uno de los momentos más sangrientos en la lucha minera, reveló la naturaleza opresiva del Estado boliviano y sus aliados rosqueros. La empresa minera de Simón Patiño se negó a negociar con los mineros que demandaron mejores condiciones de trabajo y un aumento de suelo de acuerdo con la tasa de inflación en 1942. En ese año, el ingreso personal de la empresa de estaño de Patiño se incrementó en un 84%; “la inflación había alcanzado el 30 por ciento”; y los salarios reales de los mineros se incrementaron en menos de 5%. Al mismo tiempo, la industria de estaño representó el 66.8% de las exportaciones de Bolivia y el 62.2% de los ingresos del gobierno para que se sostuviera la economía nacional.[1] El conflicto entre los mineros y el Patiño Company terminó con una matanza militar el 21 de diciembre de 1942 como describe “El Coraje del Pueblo.” Según la cuenta oficial, la masacre dejó a 19 mineros muertos. Pero, los mineros sobrevivientes argumentaron que casi 400 fueron matados.
Después de la primera secuencia de la masacre de Catavi, “El Coraje del Pueblo” muestra una breve secuencia de imágenes de las masacres en Potosí (28 de enero de 1947), Siglo XX (28 de mayo de 1949), Sora Sora (28 de octubre de 1964) y Llallagua (septiembre de 1965). Se marcan los números de los mineros muertos y heridos en cada masacre. Al mismo tiempo que la secuencia de las imágenes así resume la historia de las supresiones militares y estatales del pueblo desde la masacre de Catavi, se proyectan las fotos de los generales (Barrientos y Ovando), los políticos (Paz Estenssoro, Monje Gutiérrez, y Hertzog) y Patiño, quienes son culpables de las masacres. Los mineros – los actores centrales de El Coraje del Pueblo – representan la parte militante del pueblo en la película. El contenido revolucionario de la película está lleno de las historias de la lucha minera que incesantemente enfrenta la violencia militar-estatal que masacra al pueblo.
La experiencia colectiva recordada en “El Coraje del Pueblo” utiliza un lenguaje del antiimperialismo contra los EE. UU. El lenguaje antiimperialista estructura discursivamente la división política entre la nación del pueblo y el sistema explotador de dominación. La historia del colonialismo español y la problemática del colonialismo interno son ocultadas en la memoria colectiva construida por “El Coraje del Pueblo.” En la película, se ven rastros de las raíces étnicas de los mineros. Por ejemplo, los mineros celebran la ceremonia dedicada a la Pachamama en la Noche de San Juan, y bailan las danzas folclóricas durante la fiesta. Cuando, al final de la película, el narrador menciona los nombres de varias víctimas de la Masacre de San Juan, se da cuenta de que el pueblo masacrado incluía muchas personas apellidadas Choque, Condori y Mamani. Sin embargo, casi nadie en la película habla aymara o quechua. Todos hablan castellano, el lenguaje colonial impuesto por los conquistadores. “El Coraje del Pueblo” no problematiza la cuestión del colonialismo interno en su construcción de una memoria colectiva porque su antiimperialismo ataca el poder hegemónico norteamericano que ha sustituido la metrópoli ibérica como el poder extranjero dominante. La película borra el legado colonial español de su memoria popular. Como resultado, no se aborda la cuestión crítica del colonialismo interno que se oculta por el proyecto revolucionario definido en términos de la soberanía nacional y del vanguardismo obrero.
En “El Coraje del Pueblo,” Eusebio Gironda Cabrera, un sobreviviente de la Masacre de San Juan, relata su recuerdo del ampliado nacional de los mineros, en el que participó como delegado universitario de la UMSA. Su testimonio enfatiza el efecto destructivo del imperialismo estadounidense sobre los sindicatos mineros, el papel central de los mineros en la reivindicación nacional, y la necesidad urgente de la participación de los universitarios en la lucha contra la dominación imperialista y el régimen militar:
A partir de 1964 se inicia la ocupación cínica de los sectores estratégicos de la
economía y la sociedad boliviana por parte del imperialismo norteamericano. Para la realización de este plan era fundamental la destrucción del sindicalismo boliviano y principalmente el sindicalismo minero porque los trabajadores mineros se habían convertido en una especie de defensores de la dignidad y la soberanía del país. En este sentido es que los trabajadores del subsuelo convocan un ampliado en el que debían discutirse los problemas graves que afectaban a la suerte de la nación boliviana. El ampliado convocado por mineros representaba para el gobierno militar fascista de Barrientos y principalmente para el imperialismo norteamericano un grave peligro porque allí deberían alinearse los puntos fundamentales de lucha y allí debería salir un apoyo masivo de los trabajadores y los universitarios hacia la guerrilla comandada por Che Guevara. Frente a esta situación es que los universitarios no podríamos estar en margen. Así es que nos hacemos presentes en el ampliado minero a fin de discutir con ellos toda una política de defensa de los intereses del país.

La amenaza del imperialismo estadounidense y el papel protagónico de los mineros en la liberación nacional son los temas centrales del ampliado. Un dirigente minero empieza el ampliado con su discurso sobre la injusticia de la represión fascista-militar de los mineros. Insta a sus compañeros mineros que “guardemos la conciencia vigilante” como la fuerza revolucionaria contra “los agentes del Barrientismo.”

            Un minero apellidado Reinaga enfatiza que los mineros y sus familias sufren de los recortes salariales, mientras que los burocráticos, los generales y aquellos con poder en la ciudad se enriquecen con salarios elevados. “Eso es injusto” porque son los mineros los “quienes producen, quienes mantiene, quienes sustentan la economía nacional.” Para concluir su discurso, Reinaga dice, “Este es una obra del imperialismo norteamericano” que utiliza “los gobiernos por turno y sus lacayos internos” para dominar a Bolivia. En respuesta a estas palabras, la multitud de los mineros gritan, “¡Mueran los militares!” El dirigente de los mineros apoya el discurso antiimperialista de Reinaga. “El imperialismo norteamericano quiere someter a este país” que “constituye una reserva estratégica de la esfera occidental en cuanto a su estaño. Por eso tiene interés en mandar los gorilas a los campamentos mineros para dominarlos por la fuerza. Por eso tiene interés en tener gobiernos lacayos en el poder político.” Los mineros responden, “¡Muera el imperialismo yanqui!”

            Otro minero propugna una alianza de obreros, campesinos y universitarios. “La clase obrera y el pueblo boliviano en general deben señalar su camino, el rumbo a seguir, compañeros trabajadores, para liberarse totalmente de opresión, para liberarse totalmente de explotación.” Esta lucha era no solo por los mineros sino también por “el sector campesinado” y “los universitarios.” La propuesta apoyada con entusiasmo más fuerte aboga por una lucha armada “para poder botar…aplastar el gobierno reaccionario.” El ampliado concluye con una demanda de la abolición de recortes salariales, la propuesta del pacto minero-universitario y la declaración del apoyo a los guerrilleros de Che Guevara. Los mineros gritan, “¡Viva la lucha armada! ¡Viva Che Guevara!” y “¿Bolivia libre? ¡Sí! ¿Colonia yanqui? ¡No!”

            En este escenario de la lucha minera, se oscurece la diferencia entre el poder colonial y el imperialismo. La lucha nacional de la liberación del yugo imperialista estadounidense es la prioridad política de los mineros, quienes han asumido el papel de vanguardia en el proceso revolucionario para el pueblo boliviano. Su militancia considera el colonialismo y el imperialismo como idénticos. Esta identificación elimina el colonialismo español del escenario ideológico del anticolonialismo y oculta el efecto continuo de ese colonialismo que ha sido reformulado como colonialismo interno. Si bien la colectividad representada por los mineros no implica un proletariado mestizo homogéneo que se ha deshecho de sus raíces indígenas, no se establece claramente el vínculo político entre aquellas raíces y la lucha popular por autoemancipación.

“El Coraje del Pueblo” muestra un conscripto que se niega a disparar a los mineros de Siglo XX durante la Masacre de San Juan porque es de ese campamento minero. Este molesta a su capitán que le ordena a disparar. El conscripto murmura, “Mi capitán, no puedo. Soy de aquí.” El capitán le grita, “No importa de dónde eres. ¡Dispara! ¡Vas a morir aquí! ¡Vas a morir aquí, o dispara, indio de mierda!” El capitán le dispara puesto que el conscripto sigue negándose a disparar a los mineros. Este es un momento – quizás el único en la película –, en el que se expresa la división colonial entre los descendientes europeos y los indígenas de un modo explícito en “El Coraje del Pueblo.” Este momento de apariencia de la opresión étnica-colonial es muy breve y secundario a la ilustración de la Masacre de San Juan en la película. Hay un proceso de la racialización del pueblo masacrado, la que no es un fenómeno invisible a la audiencia, pero la película no señala ningún modo de articulación del nacionalismo antiimperialista y obrerista con las cuestiones de etnicidad y raza.

            “El Coraje del Pueblo,” como muchas otras películas del “nuevo cine latinoamericano” de los años 1960 y principios de los años 1970, está comprometida con un proyecto político de libración de los “pueblos oprimidos.” Hay que mencionar que “El Coraje del Pueblo” fue producida y estrenada en 1971, un tiempo del rejuvenecimiento izquierdista que condujo a la creación de la Asamblea Popular bajo el gobierno de General Juan José Torres (1970-1971). Según René Zavaleta Mercado, la Asamblea significaba la radicalización de un proceso populista a través del que el Estado nacionalista, personificado por Torres, buscaba incorporar a las masas a su sistema de gobernación. Si bien la Asamblea no produjo un poder real que fuera paralelo a y autónomo del Estado nacionalista (la situación del “poder dual” entre el Estado y los obreros), “la historia la convocaba ya para funcionar como un poder” con una posibilidad de que se convirtiera en un espacio de la articulación de la fuerza revolucionaria dirigida por obreros.[2] En este contexto político, “El Coraje del Pueblo” hizo su comentario sobre la lucha minera que afrontaba la brutalidad de la violencia militar, cuya memoria se vinculaba con una lucha popular más larga que se remontó al tiempo de la Rosca. Por lo que a ella se refiere la película, no muestra un modo de articulación de esa memoria con otra corriente de la lucha de las naciones andinas y amazónicas colonizadas. Como señala Stuart Hall, la “articulación [ideológica] de diferentes elementos distintos” ocurre bajo condiciones históricas específicas que posibiliten la reconfiguración de relaciones entre actores políticos y sociales.[3] No hay “necesidad histórica predeterminada” para la unidad indígena-obrera. Si se puede articular esa unidad en contra de los sistemas de opresión, será por los actores políticos que buscan una afinidad entre sus luchas diferentes, la que se pueda convertir en una base de coherencia ideológica bajo circunstancias oportunas en la historia.



[1] Walter Gómez D’Angelo, La minería en el desarrollo de Bolivia (Los Amigos del Libro, 1978), 191; James Dunkerley, “Rebellion in the Veins: Political Struggle in Bolivia 1952-82” (Verso, 1984), 15.
[2] René Zavaleta Mercado, El poder dual en América Latina. Estudio de los casos de Bolivia y Chile (Siglo Veintiuno Editores, 1974), 197.
[3] Stuart Hall, “Critical Dialogues in Cultural Studies” (Routledge, 1996), 141.

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