El pensar colonial



Sharoll Fernandez Siñani 


La polarización, que se potenció con la crisis política de 2019 pero que vivía en estado latente desde mucho antes, es un monstruo de varias cabezas que se alimenta del desprecio. Una de esas cabezas recibe su fuerza del colonizado mental. 


La mentalidad colonial es la disposición a pensar y actuar a partir de la idea de inferioridad étnica o cultural --siendo esta disposición resultado de la colonia--, es creer que los valores culturales del colonizador son superiores. El colonizado mental aplaude a su despreciador, lo justifica, le agradece incluso, y le dice que no tiene nada de qué disculparse. El colonizado mental convierte en héroe a un oportunista y se regocija en las migajas de atención que éste le dedica. Ha internalizado de tal manera la mirada heredera del orden colonial que su aspiración mayor es la del blanqueamiento absoluto. Y esa aspiración permea sus actitudes y acciones. En ese entendido, todo lo que venga del “primer mundo” por muy bajo que sea es superior, debe de serlo. Basta su procedencia asociada a Europa o a Norteamérica por prueba, sin pausa, sin reflexión, sin crítica, a saber, sin belleza. 


Un colonizado mental es también un racista cultural, lo que no hace que su racismo sea privativo al ámbito de la cultura. Para el profesor e historiador de la política racial y discriminatoria en América y director del Centro de Investigación Antirracista de la Universidad de Boston, Ibram Xolandi Kendi, el racista cultural es alguien que crea o refuerza un estándar cultural e impone una jerarquía cultural entre grupos “raciales”. Y un antirracista cultural es alguien que rechaza la imposición de un estándar cultural y que entiende las diferencias culturales entre grupos “raciales” como equivalentes, es decir, que no existen culturas con más valor que otras. Es un hecho científico que las “razas” no existen, sin embargo nuestras sociedades han mantenido la existencia de grupos racializados. Estos son distintos de los grupos blancos o blancoides, que funcionan como blancos, y por lo mismo al referirme a ambos y por falta de uno más pertinente usaré el término “raciales”. Volviendo a las definiciones de Kendi entenderemos que la mentalidad colonial está teñida de racismo y que este racismo hoy tiñe además, nuestro día a día, nuestras instituciones y nuestras políticas de Estado. 


En el encuentro entre grupos raciales en Bolivia: los indios y los blancos --o aquellos que se saben indios pero que desean actuar como blancos, aunque signifique un dilema doloroso-- se puede leer hasta qué punto lo colonial ordena en nuestro subconsciente y por lo mismo en nuestras acciones. “Cuando huimos o luchamos contra lo extraño, luchamos contra nuestro inconsciente», escribe Julia Kristeva, filósofa y teórica francesa reconocida por su aporte innovador en la intersección entre lingüística, cultura y literatura, en 1988 en su libro Extranjeros para nosotros mismos. Vivimos un tiempo en el que una mujer alza la voz en la plaza de las banderas en Cochabamba y es capaz de articular en la misma participación las frases: ”nosotros somos los inteligentes”, “Dios nos ha dado la suerte de tener inteligencia y tener educación”, “tendrá que correr sangre” y “así se lo he dicho a mis hijos”(1).Y mientras habla a una muchedumbre que responde con gritos de aprobación, el evento nos demuestra que en Bolivia la educación -entiéndase privilegio- otorga la potestad para negar al otro. La educación, así leída, en términos raciales está asociada a lo blanco. Lo indio, en cambio, al estancamiento, a la ignorancia, a la falta de intelecto y civilización. Muestra, una vez más, de lo colonial de nuestro pensamiento.


No faltará quien diga que al periodista español se lo aprecia por su investigación reveladora. Si esto fuera cierto, por un lado deberíamos esperar minuciosas y trascendentales revelaciones en lo que viene, esperemos. Por otro, aquellos que valoran su trabajo, deberían también criticarlo con rigor por sus formas, su evidente menosprecio hacia lo  indio y su ignorancia. Sin embargo el pensamiento colonizado nos hace decirle: “Eres un profesional perfecto”, “Nada que disculpar, es la triste realidad de Bolivia”, “Sigue por favor, sin piedad ni clemencia” y más y  más comentarios del tipo.(2) Y no faltará quien hable de la deficiencia educativa en el país y de las complejas realidades que lo atraviesan, como si los comentarios del español tuvieran algo que  ver con un llamado por el acceso a la educación. Pero vemos y leemos como elegimos hacerlo, y esa distinción está marcada por la mentalidad colonizada. 



Es vital entender que la paz es algo distinto a la ausencia de conflicto. En 2014, a propósito de la Conferencia Mundial de pueblos indígenas, Rigoberta Menchú, líder maya quiché y Premio Nobel de la Paz, decía: “La paz es el equilibrio, es el respeto mutuo, es la reciprocidad, es la consulta”. Nos hemos convertido en grupos que se relacionan sin estas condiciones, grupos que conviven sin interpretarse a cabalidad. El ejercicio de entender la dinámica de la mentalidad colonial, colonizada y colonizadora y llamarla como toca es importante pues es una vía para identificar el racismo y enfrentarlo, y es también un puente hacia un país más socialmente justo. Tomar conciencia acerca del funcionamiento de estas construcciones es vital para nosotros, no porque sea políticamente correcto, sino porque nos es útil. Podremos apuntar con firmeza al desprecio que nos divide categorizándonos y además tendremos la capacidad de comprender su procedencia y encararlo desde el entendimiento. Si lo hacemos desde el simple y cerrado juicio nos arriesgamos a fortificarlo todavía más.  




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  1. https://www.facebook.com/watch/?v=679374242689210

  2. https://twitter.com/entrammbasaguas/status/1318915605429391362?s=20


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