LOS AYMARAS EN PERÚ



Por: Carlos Macusaya

La “cuestión identitaria” ha estallado en el Perú (principalmente en el sur) desde diciembre del pasado año (2022). No se trata de un tema que, por generación espontánea, se haya hecho presente de la noche a la mañana; en este estallido hay un proceso acumulativo previo que tiene que ver, en una perspectiva de largo plazo, con la constitución del Estado peruano como correlación de fuerzas formalizada en un orden institucional. La reproducción de esta correlación se ha desarrollado con la construcción de fronteras internas (con sus puntos de control, guardias, salvoconductos y pasaportes) en distintos niveles y espacios, de tal manera que el criollaje limeño no tenga que negociar su posición con “los de abajo”. Así, la democracia no ha pasado de la realización de formalidades ritualizadas, cuyos resultados incluso pueden ser pasados por alto, como lo vemos hoy: gobiernan Perú, de tras de Dina Boluarte, quienes perdieron las elecciones.

En la década de los 60 del siglo pasado, el escritor peruano Guillermo Carneo Hoke, uno de los gestores del pachamamismo, hablaba de los “dos Perús”. Las movilizaciones que se dieron en ese país tras que Pedro Castillo fuera vacado y que crecieron paulatinamente, fueron presentadas por “informativos”, opinadores y representantes de organizaciones políticas como acciones propias de terrucos, de enemigos de la democracia, de gente incivilizada, de ignorantes, etc.; y en contraposición a las mismas se hablaba del pueblo peruano que quiere trabajar. Es decir, habían “dos Perús”, uno cuya palabra y acción era deslegitimada en nombre del otro, a tal punto de llevar adelante, con honor y gloria, masacres. 

Los movilizados, y quienes se fueron sumando, entendieron que sus vidas no valían lo mismo que la de otros ciudadanos de su país. Masacrar serranos no conmueve al “otro Perú” (en el que varios del “Perú profundo” tienen pasaporte) y Boluarte dio las razones: “una muerte en Lima vale por cien en la provincia”. Pero entre los indiferenciables terrucos, entre los “descartables” serranos, los ciudadanos “de segunda”, fue descollando un grupo en particular desde el sur. Inicialmente fueron presentados como provincianos, sureños, juliaqueños, puneños, etc.; empero, paulatinamente, lograron que se los identifique como ellos mismos lo estaban haciendo en su proceso de lucha: como aymaras. Uno de los cánticos que más se escuchó en las movilizaciones que protagonizaron fue: “Dina y congreso se preguntaban quiénes son; somos aymaras, vamos a Lima a luchar”.

Si bien se habla del protagonismo indígena en las movilizaciones que se han dado en Perú, en las mismas el núcleo duro y más activo ha estado en el sur y sus actores principales han sido poblaciones aymaras, quienes vienen afirmando una identidad nacional frente al estado peruano. Es “curioso” notar que el gobierno de Dina Boluarte  ha movilizado intensamente armamento, tropas y recursos económicos para hacerle frente a las movilizaciones aymaras; pero ante los desastres naturales que se viven en el norte de su país y los pedidos de ayuda de las poblaciones afectadas ha respondido afirmando que el estado peruano carece de recursos. Para unos se concentra el accionar del estado, en sentido de una guerra interna; mientras a otros simplemente se les da la espalda. Unos son los enemigos, a quienes se les mete bala, y los otros, los que no importan. 

Cuando se habla de los “pueblos indígenas” del Perú se hace énfasis en las poblaciones quechuas. De hecho, las referencias históricas escolares nos inclinan a ver el pasado incaico peruano, mientras que los censos muestran a la población quechua como la más numerosa en ese país. Sin embargo, entre la población aymara se ha venido generando un proceso de politización que se podría rastrear en la segunda mitad del siglo XX y que también ha sido influenciada por el proceso que han vivido y protagonizado los aymaras en Bolivia. De hecho, los bloqueos que dirigió Felipe Quispe los años 2000 y 2001, o la “guerra del gas” en 2003 fueron seguidos de manera atenta por aymaras del otro lado del lago Titicaca.

En una de las ocasiones que me tocó estar en Puno, conversé con personas que me contaban cómo seguían lo que pasaba en Bolivia el año 2005: corría el rumor de que el entonces presidente de la Cámara de Senadores, Hormando Vaca Diez, daría un golpe de Estado y gobernaría desde Santa Cruz. Algunas organizaciones aymaras en Puno, considerando que los aymaras de las provincias de La Paz y de la ciudad de El Alto eran los protagonistas centrales, habían determinado que, en caso de darse un golpe de estado en Bolivia, cruzarían la frontera para “sumarse a la lucha de la nación aymara” (me lo dijeron con esas palabras). Ya habían empezado el trabajo de recolección de alimentos. 

En aquellas conversaciones también expresaban su expectativa sobre Bolivia y lo que después se llamó Estado Plurinacional. Buscaban información, querían apoyo, consejos, siempre con la mirada puesta en lo que los aymaras en Bolivia estaban haciendo o por lo menos, lo que les llegaba como noticias. En la actualidad he visto a muchas de esas personas en las protestas que se han dado en Perú, encabezando movilizaciones y tomando la palabra en concentraciones. Al verlos me vino a la mente aquellos años en los que conocí parte de ese proceso de politización de la población aymara en Puno, con sus luces y sombras. Hoy los aymaras en Perú, no por el pasado incaico ni por cuestiones cuantitativas, han puesto en la silla del acusado al estado peruano y lo han hecho afirmándose como nación. En esto es secundario si se trata de un nación milenaria o precolonial (en esos tiempos no existían naciones), ya que en su proceso de lucha la identidad aymara se ha constituido en una identidad política desde la que se proyecta un cambio, con muchas ambigüedades, pero que ya ha forjado su lugar y su trinchera en la disputa por lo que será el Perú en adelante.

En una perspectiva de futuro, la experiencia de los aymaras en Bolivia debería ser un punto de orientación (no de imitación). Acá ya hemos vivido como los aymaras son los “indios de mierda” para quienes dicen defender la democracia o son el decorado étnico de los revolucionarios. Visto así, ¿cómo y con quiénes construir alianzas? En Bolivia, para ponerlo en personificaciones, pasamos de Felipe Quispe, el indio rebelde, a David Choquehuanca, el indígena pachamamón (Evo Morales era pragmático, agarraba el pachamamismo circunstancialmente). Por decirlo de otro modo y enfocando otro aspecto, pasamos de la crisis del estado al estado plurinacional. ¿Tendría que darse de manera similar con los aymaras en Perú?

Podrían hacerse otros apuntes y preguntas, pero no se las puede encarar sin la vinculación entre aymaras del lado de Bolivia y del Perú. Más allá de la retórica acerca de que “para los aymaras no existen las fronteras” o de los discursos altisonantes, se debe trabajar en articulaciones concretas que permitan encarar los desafíos de este siglo y en este momento histórico Puno es un lugar e el que se deben concentrar esfuerzos.  


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